El síndrome de Pericles ¿Enfermedad profesional de los políticos?

La política es una invención humana, quizá la más grande y profunda; sin ella ningún ideal humano podría florecer; es más, su ausencia sería el caos.

Ganar y ganar elecciones, no necesariamente nos dice que una persona o grupo es más democrático, porque uno de los distintivos de la democracia, que no el único, es promover la participación más amplia de la ciudadanía en el ejercicio del poder público, lo que lleva implícito que no se formen castas o estirpes que acaparen los cargos como privilegios vitalicios.

La política es una invención humana, quizá la más grande y profunda; sin ella ningún ideal humano podría florecer; es más, su ausencia sería el caos.

Es la política el más preciado de los instrumentos humanos para alcanzar el bien común, lo que implica poder y control, pero también ética y moral.

El poder es adictivo y en no pocas veces transforma a las personas en seres insaciables que se resisten a permitir los relevos, sintiéndose dueños sin título de la cosa pública, lo opuesto a la democracia.

La existencia de castas, de estirpes que se adueñan de los cargos públicos, es un lastre para nuestra patria, porque son obstáculos para el surgimiento de nuevos y frescos liderazgos, que venzan las pesadas puertas hacia mejores horizontes.

Si uno ve gráficas de mínimo treinta años a la fecha, en la primera línea de la política nacional verá muchos rostros que se repiten, un ejército de saltimbanquis que sin rubor cambia de color partidista y cargo una y otra y otra vez.

El fenómeno es histórico, pero de la historia es de la que menos queremos aprender.

Van dos ejemplos:

Uno, en la antigua Grecia, que aportó tanto a la cultura occidental, hubo un político genial, Pericles, tan grande que dio su nombre a un siglo: el siglo de Pericles. El padeció de la enfermedad de la eternidad, creyéndose indispensable y nomás no soltaba el poder. Los nuevos liderazgos se vieron obligados a retirarlo a la fuerza y lo mandaron a un exilio, donde surgió el término de ostracismo. La gente preguntaba por qué le había hecho eso al genial Pericles, si era el mejor. Y ellos contestaban “Precisamente por eso”

Dos, en nuestro país, con todo lo grande que fueron los hombres de la reforma en la segunda parte del siglo XIX y que los actuales políticos tanto lucran con ellos, sobre todo con Benito Juárez, que dicho sea de paso, ya inauguraba un régimen de permanencia dictatorial en la presidencia, lo que su muerte truncó, también padecieron la enfermedad de Pericles y las nuevas generaciones de ese tiempo, entre otros el gran Ignacio Manuel Altamirano, se quejaban amargamente de que nomás no soltaban los cargos para permitir el acceso al poder de los nuevos liderazgos.

En estos tiempos nada al respecto ha cambiado, cuando vemos que no solo el líder del grupo se eterniza, sino que sólo acceden a los cargos públicos sus familiares, amigos e incondicionales sin vocación política.

La política es noble y por tanto generosa, cuando se ve por el bien de todos, pero cuando el egoísmo se apodera de los políticos experimentados en conservar el poder sólo para ellos y sus incondicionales, aquella se ausenta y se forman diques que impiden el acceso al poder de los nuevos liderazgos.

En esas condiciones es cuando se presenta el síndrome de Pericles: sin generosidad y egoísmo a más no poder no sueltan los cargos.

Parafraseando al gran jurista italiano Piero Calamandrei en su Elogio de Los jueces, yo me pregunto: ¿El síndrome de Pericles es acaso enfermedad profesional de nuestros políticos?

Y hablando de generosidad y decencia política, la represión violenta del 8M en el centro histórico de nuestra ciudad capital, no ha merecido por parte del gobernador una mínima respuesta que alivie la justificada indignación y enojo que se extiende más allá de las organizaciones feministas.

Entre tanto el curso electoral se ha teñido de rojo; esperamos que esa violencia se detenga y también que las candidaturas convenzan con propuestas viables, razonables y dispuestas a corregir lo que deba corregirse, porque en las cosas humanas no podemos decir que todo está bien; el continuismo en todo puede ser estancamiento y mediocridad, soslayando que la vida en sí misma es dinámica.

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