Educarse, para transformarse

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Para muchos, persiste la dificultad para pasar de la teoría a la praxis, y eso constituye una resistencia más, quizá la mayor.

La educación, como el conocimiento, no es fenómeno estático ni contemplativo. El sujeto que aprende tiene la permanente obligación de transformarse. Es decir, no sólo una vez. Ésa es la gran diferencia de la educación contemporánea y la Escolástica, cuyos ecos persisten en muchos centros de formación religiosa en el mundo.

El “Credo quia absurdum” (Creo porque es absurdo) y “Sola fides sufficit” (Sólo la fe basta) han sido superados por una actividad que se da no sólo dentro del aula, sino que ahora tiene el objetivo de acercarse cada vez más a la realidad y transformarla, y después de esa transformación autoevaluarse para también transformarse como agente y conocedor.

Hoy tiende a comprobarse que puede más el trabajo de un equipo que el talento de un genio: es parte de la más reciente revolución donde el conocimiento abona a su propio enriquecimiento, su propia evolución.

Las más recientes tendencias en el desarrollo del conocimiento y la educación muestran que, para que sea tal, todo avance educativo en la comunidad debe ejercer y probar antes su capacidad de transformación entre los grupos en los que se gestan, y antes de eso entre las mismas personas que las impulsan. Resulta imposible concebir cambios de paradigmas educativos que primero no han probado su eficacia en sus pioneros y agentes y comunidades.

Para muchos, persiste la dificultad para pasar de la teoría a la praxis, y eso constituye una resistencia más, quizá la mayor. Es preciso conciliar individuales avances y limitaciones y resistencias y desafíos como parte de un proceso de integración.

Debe reconocerse que formar parte de un grupo implica abandonar seguridades, soltar el monopolio del timón y ofrecerlo a quienes incluso se consideran más lentos o dominantes que nosotros. Quizá el caso es a la inversa: integrantes de una comunidad de aprendizaje deben tomar el timón por vez primera, generar iniciativa, proponer con independencia, sin sujeción a algún directivo o algún plan al que ya se ha acostumbrado.

Una gran peculiaridad de la educación es que se revoluciona dentro de la tradición, donde es más fácil seguir manteniendo control en el aula que delegar responsabilidades. Lo han demostrado con creces el conductismo y los tradicionales métodos de enseñanza cuya esencia es lo discursivo.

Es más fácil sujetarse a una receta que crear una combinación única de elementos. Es más fácil prolongar el esquema donde el profesor es el único calificado para llevar el conocimiento y los demás son sólo aprendices que marchan al ritmo que desde el podio se dicta.

La autogestión del conocimiento se coordina; es decir, se co-ordena, no se ordena individual y verticalmente. No se manipula la autogestión del conocimiento dentro del colectivo, so riesgo de que todo termine en farsa y en realidad nunca se abandona el modelo tradicional que en el discurso tanto se dice combatir. Ésa es una de las dificultades del docente contemporáneo.

Por todo esto, se hace necesaria una reflexión en torno a las tendencias en el desarrollo del conocimiento y la educación, enfatizando el concepto de iconoclasia y transformación. En última instancia, esto permite identificar distintos períodos o fases en la historia del conocimiento y la actividad educativa.

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