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Opinión

Debo decirlo… Sin soberanía no hay nación

Debo decirlo… Sin soberanía no hay nación

Jaime Casas Madero

La cooperación binacional es necesaria e indispensable, pero hay una línea que no se debe cruzar: la de permitir una intervención militar extranjera bajo cualquier pretexto.

Jaime Casas Madero
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12 de agosto 2025

En los últimos días, Donald Trump volvió a colocar a México en el centro de su retórica más extremista, con la firma de una orden ejecutiva que presuntamente autorizaría enviar tropas estadounidenses so pretexto para combatir a los cárteles en nuestro territorio por considerarlos terroristas.

Lo preocupante no sólo es fanfarronería de un político que busca confrontaciones con cualquiera que no le dé la razón, sino que algunos connacionales —incluyendo líderes de opinión y figuras públicas, sobre todo de la oposición— aplauden la idea por el simple hecho de estar en contra del oficialismo, como si la presencia de soldados extranjeros fuera la fórmula mágica para resolver nuestros problemas añejos de seguridad.

Es innegable que México y Estados Unidos deben cooperar en el combate al crimen organizado. La cooperación binacional es necesaria e indispensable, pero hay una línea que no se debe cruzar: la de permitir una intervención militar extranjera bajo cualquier pretexto. Hay quienes piden, casi con entusiasmo, que Washington “nos eche la mano”, pero parecen ignorar lo que eso significaría: ceder control sobre nuestro propio territorio, aceptar estrategias impuestas desde fuera y, en última instancia, comprometer nuestra soberanía, no es un tema tan sencillo.

La historia no se equivoca y nos ofrece lecciones contundentes. Cuando un ejército extranjero pisa un país, rara vez se marcha sin dejar cicatrices profundas. Irak y Afganistán son ejemplos de la historia reciente de ocupaciones justificadas bajo discursos de “liberación” o “pacificación” que terminaron sirviendo más a los intereses del invasor que a los de la nación intervenida. En América Latina también sobran casos: intervenciones “limitadas” que derivaron en décadas de inestabilidad política y social.

Aceptar tropas estadounidenses “para combatir al narco” equivaldría a entregar una parte de nuestro control político y territorial. Y una vez abierta esa puerta, cerrarla sin pagar un precio altísimo, sería prácticamente imposible. Vendrían condiciones, exigencias y presiones que implicaría supeditar nuestras políticas internas, nuestra economía e incluso nuestras relaciones diplomáticas con otros países.

Además, el narcotráfico no se derrota con misiles ni operativos relámpago. Es un fenómeno complejo y profundamente enraizado, alimentado por factores estructurales como la corrupción, desigualdad, debilidad institucional, tráfico de armas —que en su mayoría provienen de Estados Unidos— y, sobre todo, la enorme demanda de drogas en el mercado estadounidense.

Si esas raíces no se atacan de manera integral, consolidando e implementando políticas públicas sobre el uso de efectivo, lavado de dinero y un mayor control de la evasión fiscal, cualquier intervención militar no será una solución real.

La soberanía no es una palabra vacía para adornar discursos oficiales; es la piedra angular de nuestra dignidad y autodeterminación como nación. Cederla, aunque sea temporalmente, significa dejar nuestro destino en manos ajenas, con todas las consecuencias que eso conlleva.

Si en verdad queremos combatir al crimen organizado, debemos fortalecer nuestras instituciones, depurar los cuerpos de seguridad, garantizar la coordinación entre autoridades, reducir la impunidad y cerrar los canales de financiamiento ilícito. La cooperación internacional debe ser bienvenida, pero siempre en un marco de respeto mutuo y sin imposiciones militares.

Aplaudir una intervención extranjera no es valentía ni pragmatismo; es desconocer la historia y subestimar nuestra capacidad de resolver nuestros propios problemas. La soberanía no se negocia.

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