Cubeta verde, caja naranja

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Entre Fresnillo y Valparaíso, en la comunidad Vicente Guerrero de Ábrego, sobrevive una reducida biblioteca pública sin electricidad ni agua potable. La atiende Carmelita, quien diariamente llega a esa puerta acercándole una repleta cubeta verde que dentro irá vaciando tras trapear el piso y limpiar las mesas. La construcción, de seis metros por tres, tiene … Leer más

Entre Fresnillo y Valparaíso, en la comunidad Vicente Guerrero de Ábrego, sobrevive una reducida biblioteca pública sin electricidad ni agua potable. La atiende Carmelita, quien diariamente llega a esa puerta acercándole una repleta cubeta verde que dentro irá vaciando tras trapear el piso y limpiar las mesas.

La construcción, de seis metros por tres, tiene paredes húmedas. Por los vidrios rotos entra el viento. A la izquierda está el minúsculo cuarto de baño, que debido a esa falta de agua ha sido utilizado como bodega.

Sobre la taza blanca nunca usada descansan carpetas y trabajos realizados durante las recientes ediciones de “Mis vacaciones en la Biblioteca”. A un lado quedan cartulinas, viejos periódicos murales y uno que otro pedazo de foamy o papel de china. Acá afuera, sobre la mesa de registro, destaca la naranja caja de zapatos de donde saca una hoja todo niño recién llegado.

En cada último viernes de mes la bibliotecaria “baja” a la cabecera municipal de Fresnillo para cobrar dos quincenas. Recorre en vehículo el camino rural por casi dos horas y la carretera por más de 18 minutos. Da 50 pesos al “raitero” y enfila a la presidencia. Tras cobrar llega a la papelería y saca de su mochila tres o cuatro libros de colorear en inglés que unos vecinos norteños le prestaron. Carmelita pide cinco fotocopias de cada uno de los 10 dibujos que eligió.

Aunque la Coordinación Estatal de Bibliotecas le gestionó tres noches de hospedaje para que asistiera a una capacitación, Carmelita no asistirá. Con pena dice al coordinador que preparaba su viaje cuando en la presidencia le informaron que no hay presupuesto para pagar pasajes de camión ida y vuelta a Zacatecas.

Tras exponer esto cuelga el teléfono satelital de la tienda y regresa a su biblioteca. Al entrar ve otra vez a los niños que atiende: unos leen callados pero moviendo los labios y otros juegan cerca de la cubeta verde que a esa hora muestra menos de la mitad de agua con que llegó. Cerca de ella, unos más continúan sacando las hojas fotocopiadas de la naranja caja de zapatos donde Carmelita las ha puesto para recibir a todo niño recién llegado.




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