
Sigifredo Noriega Barceló.
Ésta pudiera ser la lección del domingo del buen samaritano, en este tiempo tan fuertemente golpeado por violencias, incertidumbre y engañosos discursos.
“¿Quién es mi prójimo?”
Lucas 10, 25-37
No bastan las palabras y la religión; los buenos deseos, quejas y denuncias; leyes y juicios… ni pertenecer a una determinada institución, por buena que sea. La vida eterna se juega en el amor real, concreto; cuando nos hacemos prójimos en corto.
Ésta pudiera ser la lección del domingo del buen samaritano, en este tiempo tan fuertemente golpeado por violencias, incertidumbre y engañosos discursos.
Hoy, tiempo de ratings-tendencias-ocurrencias, seguimos preguntando a Jesús quién es mi prójimo. No se trata de responder con palabras bonitas ni buenos deseos. Requerimos palabras auténticas, apoyadas en actitudes y obras que reconocen el rostro del herido y caído en el camino, aunque no sepamos su nombre. Sólo se puede devolver la verdad a la palabra si es acompañada por la humilde presencia de los hechos.
El amor cristiano no se mide por percepciones, ni cabe en encuestas manipuladas, mucho menos en predicciones interesadas.
Jesús catequiza a los discípulos de todos los tiempos, situaciones y lugares durante su viaje a Jerusalén (viaje a lo definitivo de su pasión, muerte y resurrección). El tema básico es el reinado de Dios y las actitudes que el discípulo ha de ir cultivando para superar la legalidad superficial y el culto religioso vacío, representados por el sacerdote y el levita.
Llama la atención que sea un samaritano viajero quien se apiada del herido. Decir samaritano, en aquel tiempo, era decir ciudadano marginal, discriminado, desacreditado… Decir viajero -que frecuenta posadas- era decir hombre sin honor que abandona a su esposa en la noche sin procurarle protección.
Pues bien, ese samaritano, desacreditado y frecuentador de posadas, es quien se hace prójimo y concretiza su ayuda: “se acerca, venda las heridas, lo monta en la cabalgadura, lo lleva a la posada y paga”.
La lección es clara y contundente: en lo concreto de la opción por el herido en el camino de la vida es donde se mide la fe, el amor a Dios y la salvación eterna. Prójimo es quien se compadece del herido, entrega su tiempo, comparte sus bienes, acompaña pacientemente y… no espera reciprocidad.
La predicación del Evangelio ha movido corazones cuando ha ido acompañada de las obras de misericordia, sin intenciones egoístas.
La santidad de los discípulos se muestra en la caridad testimoniada dando atención a personas sufrientes: escuelas, hospitales, templos, hostales, comedores, asilos, casas hogar, centros de escucha…
La vivencia creíble de la fe en tiempos de increencia exige cristianos y comunidades cristianas comprometidas en la generosidad, la solidaridad, la entrega, la audacia de correr riesgos a favor de los tirados en las cunetas por la cultura del descarte. El cristiano lo concretiza en iniciativas personales/ grupales/colectivas.
La Iglesia es samaritana cuando es compasiva, se baja del caballo y se compromete en las necesidades del prójimo. De ordinario lo hace a través de la pastoral social, la pastoral de la caridad. “Anda y haz tú lo mismo”. Todos pudiéramos ser el golpeado.
Todos debemos ser el que se compadece y actúa con prontitud y calidez.
Dios nos bendice y somos una bendición.