Bibliotecas, internet y electricidad

En los primeros meses de 2000, el candidato presidencial propuesto por el Partido Revolucionario Institucional, Francisco Labastida, buscó ser sucesor de Ernesto Zedillo a costa de una promesa ambiciosa y sumamente riesgosa: Inglés y Computación como asignaturas obligatorias en cada escuela del país. La propuesta —se supo después— fue producto del éxito que ocho años … Leer más
En los primeros meses de 2000, el candidato presidencial propuesto por el Partido Revolucionario Institucional, Francisco Labastida, buscó ser sucesor de Ernesto Zedillo a costa de una promesa ambiciosa y sumamente riesgosa: Inglés y Computación como asignaturas obligatorias en cada escuela del país.
La propuesta —se supo después— fue producto del éxito que ocho años antes obtuvieron el estratega electoral James Carville y el encuestador Stanley Greenberg para llevar a Bill Clinton a la presidencia de Estados Unidos. El voto que buscaban era el de la clase media, y la emulación mexicana generaba esa propuesta de materias académicas que, como milagrosa pinza, llevaría por fin a los mexicanos al primer mundo.
Reconozcámoslo: el problema no era ver a esas asignaturas como panacea, sino el modo en que esto fuera posible. ¿Cómo instalar computadoras en cada escuela de este país, cuando muchas no cuentan con electricidad?
Aun así, junto con Reyes Tamez, el panista Vicente Fox emprendió parcialmente el programa “Enciclomedia” con apuesta total a una pantalla interactiva que, como en su momento sucedió con el bíper y el fax, terminó superada por mejores tecnologías (o al menos más perennes).
Más de dos décadas después, México continúa siendo el mismo país de pobrezas y contrastes. Ante el actual programa de dotación de internet mediante la Comisión Federal de Electricidad, en estos días varios Servidores de la Nación entran por primera vez a nuestras bibliotecas públicas en comunidades rurales anunciando que “esta biblioteca se ha hecho acreedora a nuestro programa”. Sin embargo, ante la noticia de nuestros bibliotecarios de que en ese local tienen determinado tiempo sin energía eléctrica (o de plano nunca la han tenido), los oferentes terminan por dar la media vuelta.
Es como aquel chiste de humor negro: Santaclós pregunta a los desnutridos niños africanos si ya comieron. ¡No!, contestan ellos, y el personaje replica: “Entonces no hay regalos”.
Se agradece el esfuerzo del gobierno federal, y sin embargo debemos continuar enfrentando esta realidad: desde los municipios, y con recursos muy limitados, insistimos en solucionar estos problemas: dotar de electricidad a nuestras bibliotecas más pobres e históricamente olvidadas para que, después de poner nosotros los pesos, nos den ellos el centavo.