
Huberto Meléndez Martínez.
A Ignacio Espino Valdovinos, colega y gran amigo Todavía no se explica cómo logró subirse a la avioneta, porque jamás imaginó que cumplir con el deber tuviera tantos riesgos. Pero ya estaban ahí, así que, ocultando el miedo, a pesar de sentir las piernas sin fuerza, el escalofrío recorriendo la columna vertebral y la … Leer más
A Ignacio Espino Valdovinos, colega y gran amigo
Todavía no se explica cómo logró subirse a la avioneta, porque jamás imaginó que cumplir con el deber tuviera tantos riesgos. Pero ya estaban ahí, así que, ocultando el miedo, a pesar de sentir las piernas sin fuerza, el escalofrío recorriendo la columna vertebral y la angustia por esa experiencia nueva e inesperada, aparentemente conservó el aplomo.
Los temores aumentaron en pleno vuelo porque aquel concepto escuchado en otras voces sobre turbulencia lo mantuvo en vilo. Según el piloto, eran “bolsas de aire” las que provocaban aquel angustiante vaivén del pequeño artefacto. La palidez del rostro ocultó sus fervientes oraciones que calladamente hacía, reviviendo la fe como nunca, rogando al Creador llegar a salvo a su destino.
Aprendió una dimensión del tiempo porque hasta entonces desconocía lo eterno del transcurrir de un cuarto de hora, el cual fue la duración del trayecto. En su pensamiento quedó plasmada aquella sensación de mayor vulnerabilidad y riesgo del aterrizaje: la pista había quedado orientada hacia el Este, quedando el sol de frente, eliminando la visibilidad de todos. La pericia del conductor basada principalmente en intuiciones, salvó su vida en cada ocasión.
La letra debía llegar a través suyo, la comunidad ubicada entre la sierra haciendo honor a su nombre “San José de la Montaña”, denominada como “Tenencia” (por su tamaño y número de habitantes, no reunía los requisitos para llegar a ser ejido), del municipio de Coalcomán, en el Estado de Michoacán.
¿Debían correr ese riesgo para ir a cumplir con su trabajo como profesores rurales? Sí, porque en tiempos de lluvia la niebla densa multiplicaba el peligro, sumando riesgos en el vuelo y el aterrizaje, obligando a caminar o andar a lomo de mula, por “caminos de herradura” durante catorce largas horas.
Ni pensar en querer salir los fines de semana para ir a casa. La circunstancia los obliga a a permanecer en la población de un período vacacional a otro (ni a cobrar salario podían salir). Además había mucho por hacer con los escolares. En las tardes reunían a los alumnos con retraso académico para intentar homogeneizar su nivel de conocimiento al grado escolar que cursaban. Era inconcebible escuchar a los de quinto y sexto grado deletrear cuando leían algún texto o que tuvieran problema en el dominio de operaciones básicas de aritmética.
Practicar deportes o implementar actividades culturales les ocupaba también sábados y domingos. Por las noches atendían a las personas adultas con deseo de aprender. Involucrarse en esa dinámica de colaboración les colocó en una posición de gran reconocimiento entre los pobladores y autoridades educativas.
Doña Adolfina, esposa de Don Emiliano se encargó de cocinarles alimentos, como parte de las responsabilidades asignadas a Jefe de la Tenencia, gente noble y generosa.
¿Eran docentes con vocación o convicción en tiempos de apostolado? Ellos creen que las circunstancias, formación y convicciones, además de la necesidad del trabajo les permitió afrontar esos retos.