
Claro es que las personas importan mucho, pero ello no puede ser argumento para devaluar la gravedad de la crueldad hacia las bestias, domésticas o no.
En días recientes, sobre todo en el municipio zacatecano Fresnillo, ha hervido la opinión popular por al menos dos asesinatos a animales: el más difundido fue el de, por ladrillazo, un adulto a una perrita llamada “Manchas”, la que, a decir de locatarios del Mercado Poniente, era refugiada de ellos. El otro caso fue, por fuerte escobazo, de una señora a una gatita.
Varias consideraciones hay que generar al respecto. Una de ellas, motivada por quienes, sobre todo en redes sociales, cuestionan “por qué se hace más escándalo” por asesinatos a animales que por desapariciones, secuestros y homicidios y feminicidios en este país. El cuestionamiento es riesgoso en tanto que en nombre de la segunda queja parece invalidarse la primera.
Por supuesto que nuestra indignación debe también hacerse patente en un México donde se asesina, en promedio, a más de 10 mujeres al día. Por supuesto que, con más de 80 asesinatos diarios, nuestro país parece continuar en guerra civil. Por supuesto que la exigencia de justicia en nuestro entorno debe ser al tiempo cotidiana y firme.
Por otro lado, claro es que las personas importan mucho, pero ello no puede ser argumento para devaluar la gravedad de la crueldad hacia las bestias, domésticas o no (se recuerda, por ejemplo, al borrico torturado por el peso de carreta con migrantes embriagados en el Sábado Santo de Jerez). En todo caso, la diferencia entre ellas y los humanos es que, dotados nosotros de inteligencia, podríamos tener más ventaja para defendernos.
Otra consideración es que, respecto a los humanos, también duelen los crímenes atroces y jamás resueltos. Recordemos, por ejemplo, el homicidio/incendio al mendigo Javier González “El cobijas”, perpetrado hace 20 años en el primer cuadro del mismo Fresnillo. Sabemos que, con premeditación, alevosía y ventaja, varios “júniors” lo bañaron en gasolina para convertirlo en pira humana. Sabemos que sólo apresaron a uno de ellos y que dejaron huir al presunto autor intelectual por ser hijo de una persona notable en esa sociedad.
Otro caso fue, hacia 2012, la desaparición de Cindy, una joven trabajadora de oficinas centrales de la Secretaría de Educación de Zacatecas, quien días después fue encontrada sin vida en las inmediaciones del Cerro de la Bufa, y frente al silencio de las autoridades y la impunidad por la que no hay detenidos, no hay castigados, no hay claridad en la información. Alguien pensará: “un feminicidio más”.
Diez años después, tres jovencitos y dos jovencitas, todos de Francisco R. Murguía, fueron privados de la libertad en la zona de tolerancia de la capital zacatecana. Lo mismo pasó, meses después, con jóvenes en Malpaso, Villanueva. Y, en diciembre de 2024, con un joven químico que de Jerez se trasladaba al municipio Zacatecas.
Entre “animalicidios”, homicidios y feminicidios no resueltos, avanza nuestra vida de violencia cotidiana. La impunidad avanza al grado de que ahora resulta más vergonzoso (y hasta peligroso) escribir líneas como ésta. Pero la conciencia insiste en que, mientras la insensibilidad y la crueldad tengan cabida entre nosotros, veremos más videos y nos enteraremos de más casos con bestias, hombres, mujeres e infantes como víctimas. Y mientras nadie aplique verdadera justicia, continuaremos en la espiral descendente hasta nuestra más profunda miseria “humana”.