
José Luis Medina Lizalde.
Como en muchos procesos, la elección judicial marca un contraste entre el nivel de desarrollo político en los estados y el observable en el plano federal.
Jesús García, reportero de Los Ángeles escribe: “Las elecciones judiciales en Nueva York tienen poca participación, a pesar de que forman parte de elección de otras posiciones (y las boletas son complejas).
En 2026, solo 12.8% votó en las elecciones generales”.
Hasta aquí la cita textual que explica que las elecciones judiciales del pasado domingo son consideradas por muchas mentes informadas como todo un éxito, pero esto no es más que el comienzo.
Como en muchos procesos, la elección judicial marca un contraste entre el nivel de desarrollo político en los estados y el observable en el plano federal. Los gobiernos estatales usaron sus aparatos para favorecer candidatos de su contentillo, lo que les permitió en lo general salirse con la suya, lo mismo advertimos en Zacatecas que en Aguascalientes, en Guanajuato que en Coahuila.
Los “acordeones” se convirtieron en el distractor de los simples, pues su uso fue tan discrecional que fueron tantos los que circularon que anularon su eficacia potencial para inducir masivamente el voto.
La verdad es que la inducción sutil, no tuvo resistencia alguna, dado lo cómodo que es para los aparatos ganar elecciones cuando el enemigo llama a la abstención al mismo tiempo que opera a favor de sus afines.
Siquiera los gobiernos de los estados nos hubieran dado el consuelo de inducir en todos los casos perfiles idóneos, lamentablemente el proceso deja en el camino a magníficas opciones que no pudieron hacer frente maquinarias silenciosas que encumbraron a uno que otro impresentable a los que no hay que perder de vista.
Pero al igual que cuando Julio César cruza el Rubicón, se acabó el tiempo de mirar atrás.
La república mexicana ha abierto una ruta de transformación que ya es examinada en el ámbito internacional como la posible solución al problema de la justicia que baila al son del poder, las élites extranjeras ven nuestra elección judicial con miedo al contagio, lo trasluce la corrompida OEA cuyos observadores redactan un informe que rebasa sus atribuciones desaconsejando que otros países hagan lo mismo que nosotros.
La prueba más dura ya pasó, las siguientes elecciones serán cada vez mejores.
Conscientes de lo anterior, a los mexicanos nos toca perfeccionar lo hecho, mejorando las normas y las prácticas, consolidando la cultura democrática hasta anular “aparatos” electorales al cobijo de presupuestos e incorporando la tecnología para el propósito civilizatorio por excelencia que es la vida democrática, en ese rubro, el prestigiado académico Mario Campa, formula la propuesta de introducir un sistema electoral híbrido dónde junto con la tradicional casilla, el votante disponga de la opción de “votar en línea” .
Carezco de la cultura digital que me permita comprender la razón por la cual no podemos votar mediante el teléfono inteligente cuando ya es rutina realizar complejas operaciones financieras, solicitar atención médica, adquirir boletos de avión, reservar lugares en el Tren Maya, acceder a archivos y bibliotecas desde la lejanía, etcétera.
El programa “Internet para todos” registra adelantos impresionantes en la labor de llevar la conectividad a todos los rincones de México, la eliminación de trabas legales para que el estado brinde el servicio que los negociantes de telecomunicaciones no brindan si no obtienen grandes utilidades deja el campo libre para una rápida incorporación de los núcleos de población geográficamente alejados.
Si a lo anterior añadimos el voto postal y las urnas electrónicas ya en el 2027, el abaratamiento de las elecciones será espectacular y sobre todo, las tradicionales formas de manipulación y desvío de recursos públicos con fines electorales pierden terreno fértil.
Es cada vez más ancha la franja ciudadana que se niega a ver las cosas como totalmente blancas o totalmente negras, el aprendizaje colectivo más trascendente nos vacuna contra el riesgo de idealizar todo lo que hace un gobierno o el del otro extremo, el de no reconocer mérito alguno cuando los que gobiernan no son de nuestra afinidad política, ya es tan débil el eco de quien todo ve mal como el de su contrario.
Las élites provincianas de América Latina que tanto temen un poder judicial fuera de su zona de influencia tuvieron una amarga semana.
El comportamiento de los mercados y del Peso frente al dólar de la semana inmediatamente posterior a la elección judicial dejó en ridículo a quienes espantaban contra la elección de jueces con fuga de capitales, caos, devaluaciones y nada de eso sucedió. El Peso alcanzó su mejor nivel del año.
La vigilancia social sobre el quehacer judicial debe acentuarse, el Tribunal de Disciplina Judicial no debe convertirse en tapadera de nadie, es la instancia donde reside la esperanza de un poder judicial incorruptible, honorable, confiable para la sociedad entera.
Nos encontramos el jueves en Recreo