Dos actitudes y dos modos de orar ante Dios

Foto: cortesía
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El tema que hoy nos presenta la Iglesia en el presente domingo, es la oración fundamentalmente entendida, como diálogo con Dios a la luz de nuestra fe y sus contenidos y teniendo siempre en cuenta la palabra de Dios, quien nos ha dado a su Hijo hecho hombre, para que, con él, por él y … Leer más

El tema que hoy nos presenta la Iglesia en el presente domingo, es la oración fundamentalmente entendida, como diálogo con Dios a la luz de nuestra fe y sus contenidos y teniendo siempre en cuenta la palabra de Dios, quien nos ha dado a su Hijo hecho hombre, para que, con él, por él y en él, aprendamos y practiquemos con su ejemplo y enseñanza, los modos de orar movidos por la acción del Espíritu Santo, quien nos hace exclamar: ¡“Abbá, Padre”! Por esto, también la oración es la elevación de nuestras almas hasta la presencia del Dios altísimo, siempre dispuesto a escucharnos cuando esencialmente hacemos la oración que en su centro y núcleo es cumplir su voluntad, así en la tierra como en el cielo, dándole gracias por los dones y carismas, que continuamente nos regala; pidiéndole siempre perdón de nuestras faltas y pecados y en todo momento de nuestras vidas, alabándolo y adorándolo como el único Dios verdadero.

Teniendo en cuenta todo lo que acabo de decir, estaremos en buena condición y receptividad espirituales, para abordar el tema de la oración, que, sobre todo el evangelio de este domingo, según San Lucas, la Iglesia nos propone hoy a nuestra consideración. Pasemos ahora al cuerpo doctrinal de nuestra homilía.

La oración del Fariseo y el republicano en el templo

El evangelio de San Lucas, el día de hoy, nos presenta la parábola, que Jesús dijo, sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: Dios mío te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: Dios mío apiádate de mí, que soy un pecador Y Jesús concluía; “Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Con esta enseñanza de Jesús, se nos hace ver dos tipos de religiosidad. El fariseo encarna el modelo autosuficiente, que se atribuye soberbiamente, sus acciones conforme a la ley y así cree que se gana el mérito de ser reconocido ante Dios. En cambio, el publicano o recaudador de impuestos, es el reverso de la medalla. En su oración empieza por reconocerse pecador y culpable ante Dios. Se da cuenta de que el contacto con el Dios santo le urge una conversión radical de su mala vida. Siendo hasta entonces: ladrón y usurero, aprovecharse de los pobres y necesitados, huérfanos y viudas; con toda humildad y dolor de su corazón implora de Dios el bálsamo y el consuelo de su misericordia y su perdón.

Aplicaciones prácticas para nosotros que vivimos hoy y queremos ser auténticamente cristianos

Nosotros, los que queremos vivir conforme al evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, es ineludible considerar que no debemos, ser cristianos al estilo del fariseo de la parábola del evangelio de hoy. De esta manera negativa lo único que haríamos, es ser rechazados por nuestros semejantes y sobre todo por Dios quien conoce los íntimos pensamientos y afectos de nuestros corazones. A él no lo podemos engañar. Porque los soberbios y autosuficientes al creer que son justificados, son abominables para Dios y para los hombres.

Ser cristianos con auténtica humildad reconociéndonos pecadores y necesitados de conversión y perdón, alcanzaremos la benevolencia y el amor reconfortantes de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él no quiere la muerte de los pecadores, sino que se conviertan y vivan, porque al darnos su vida con Cristo, nos revela y nos da abundantemente su infinita misericordia que nos eleva de la miseria pecaminosa y nos hace ser sus hijos limpios, generosos y llenos de su amistad y gracia.

Conclusión

Oración: ¡Gracias, Padre, por la lección de conversión que hoy nos da Jesús en la parábola del fariseo y el publicano; que tu Espíritu Santo nos de la gracia de una verdadera conversión, desde la hondura de nuestra humildad para agradarte y probar nuestro arrepentimiento con obras de justicia, paz, fraternidad, amistad y amor leal y verdadero para contigo en primer lugar y desde luego para nuestros hermanos a quienes debemos ofrecer siempre el don de la amistad y el estado de gracia que nos haga ganar a todos el mérito de la vida eterna!

+  Fernando Mario Chávez Ruvalcaba

Obispo Emérito de Zacatecas

 




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