La humildad y la generosidad, modos de acceder al reino de Dios en nuestras vidas
La cultura de nuestros ambientes en estos días que nos ha tocado vivir, exalta mucho el ser tenido y apreciado con grandeza y reconocimiento. Cuesta mucho ser sencillo, humilde y a la vez generoso consigo mismo y por supuesto, con los demás. Las lecturas de este domingo, nos enseñan precisamente a ser humildes de corazón … Leer más
La cultura de nuestros ambientes en estos días que nos ha tocado vivir, exalta mucho el ser tenido y apreciado con grandeza y reconocimiento.
Cuesta mucho ser sencillo, humilde y a la vez generoso consigo mismo y por supuesto, con los demás.
Las lecturas de este domingo, nos enseñan precisamente a ser humildes de corazón y a la vez generosos con nuestros prójimos.
Estos dos modos de ser para acceder al Reino de Dios, se presentan a nuestra consideración, este domingo vigésimo segundo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Estemos pues, dispuestos a entender y asimilar lo que la Iglesia nos enseña y podamos sacar fruto de vida espiritual en nuestras familias, en el mundo del trabajo, en los espacios de diversión, y en la diversidad de relaciones humanas en la vida de nuestras culturas, en el desarrollo de las profesiones y talentos que cada uno tenga de más o menos, teniendo ante nuestra mirada la figura de Jesús, manso y humilde de corazón y al mismo tiempo generoso en plenitud de entrega para con los ricos y de manera muy especial, con los pobres y humildes.
El banquete del reino de Dios como llamado para vivir en comunión humilde y generosa con Dios y con nuestros semejantes.
Nuestras reflexiones dominicales de hoy, parten desde la primera lectura
tomada del libro del Sirácide (Eclesiástico), del cual leemos y proclamamos:
“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor, porque Él es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”.
Y en los evangelios, Cristo, nuestro modelo y fuente de vida, nos enseña que Él siendo Dios altísimo como Hijo suyo, se anonadó a sí mismo; se abajó, hasta hacerse hombre en todo igual a nosotros, excepto el pecado del cual nos vino a liberar y unido a su divinidad de Dios como Persona divina, tomó la condición humilde de siervo y fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual pasando por la ignominia de la muerte recibió la exaltación de su resurrección para Él, el primero y luego para nosotros como vocación y participación. Precisamente este es el camino de la redención: humildad y exaltación en la gloria eterna.
El evangelio de esta eucaristía está tomado de San Lucas y en él se relata una parábola con el tema del banquete. Un sábado Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos y éstos estaban espiándolo, Jesús miraba cómo iban llegando los invitados al banquete y que escogían los primeros lugares.
En atención a esta circunstancia el Señor comunicó su parábola, enseñando que cuando uno sea invitado a un banquete, no debe desear estar en los primeros puestos, porque puede suceder que llegue un invitado muy importante y luego el anfitrión venga a pedir dejar el lugar y con vergüenza tener que levantarse ante los demás invitados e ir a sentarse en los últimos lugares.
Todo debe ser al contrario, es decir, ocupar desde el principio el último lugar para que el señor del banquete, invite a ir del último lugar al primero, dice Jesús: “Amigo, acércate a la cabecera”.
“Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado, y el que se humilla, será engrandecido”.
La segunda parte de la parábola de Jesús, hace referencia a la generosidad, diciéndole al anfitrión que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.
De esta manera Jesucristo, nos hace ver cómo desde la humildad y sencillez se puede ser generoso con amplitud y entonces vendrá por la humildad la elevación y por la generosidad el premio de la vida eterna.
Conclusión
En efecto y teniendo los presupuestos doctrinales de nuestra homilía, recuerdo, lo que también decía Jesús en otro pasaje del evangelio de San Lucas:
“Con el dinero tan lleno de injusticias gánense amigos que los reciban en el cielo” (Lc 16, 9). Así podemos entender, que el Señor nos invita siempre a entrar en el banquete del Reino.
Aceptemos la invitación, pero hagámoslo con humildad y viviendo la vida con generosidad; ayudando a los que no tienen con qué pagarnos, pero que nos recibirán en el cielo con Jesús, María y todos los santos, precisamente por haber comenzado a participar del banquete terrestre como plataforma de lanzamiento hacia la alegría eterna del banquete celestial.
Obispo emérito de Zacatecas*