Cada quien sabe si su desierto está en sí mismo, la calle, el trabajo, la pantalla. El Papa Francisco nos invita, en su mensaje para la Cuaresma 2025, a caminar juntos en la esperanza.
Dar resultados (buenos, muchos y rápido) es el nuevo sistema de pesos y medidas en la sociedad consumista de nuestros días.
Últimamente se ha usado el arma de la mentira completa, o en partes, como ciencia para ‘acabar’ con el contrincante y, al mismo tiempo, engañar a pueblos enteros.
Los discípulos de ayer y hoy necesitamos subir a la montaña y orar para seguir en la lucha de cada día en situaciones que, con frecuencia, nos pueden arrastrar al absurdo.
La palabra de Dios siempre es oportuna; lleva en sí una infinita carga de posibilidades para sanear y sanar el tejido social y hacer realidad los sueños de relaciones humanas pacíficas, fraternas, solidarias.
Jesús sitúa la felicidad donde menos imaginamos: los pobres, los que padecen hambre, los que sufren, los perseguidos.
El Evangelio del Domingo pasado habla del llamado a la misión y de la respuesta esperada. “Aquí estoy, Señor, envíame”, dice Isaías.
En los textos bíblicos proclamados y escuchados este día sobresalen varios personajes: María y José que llevan al Niño Jesús al templo; los ancianos Simeón y Ana que representan al pueblo fiel y pobre de Israel.
Impresiona la fuerza del “hoy se cumple” este pasaje de la Escritura que anuncia la reapertura del paraíso.
Me cuestiona el miedo de las nuevas generaciones para asumir compromisos duraderos y/o definitivos. ¿A qué se debe? ¿Falta de fe en Dios y en las posibilidades infinitas del amor?
Iniciamos el llamado Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia.
Este día de Reyes es distinto al de años anteriores. Ojalá que todos trabajemos por el regalo de la paz social tan necesaria para que las crisis sean realmente oportunidades para progresar como nación.
En el Evangelio del domingo pasado Juan no aparece solo sino en medio del pueblo que vivía “en expectación”, en intensa espera del Mesías.
Quizá no nos toque ver el final, pero estamos seguros que el presente de la salvación está al alcance del que confiesa su fe en Cristo y siembra semillas de esperanza.
Lo primero que inspira el Evangelio con que inicia este tiempo litúrgico es soñar en grande, actuar con entereza y confianza, vivir un Adviento con sentido.
La mejor versión de la vida no se improvisa. En el trayecto encontramos y somos encontrados por personas que nos aman y van dejando una huella imborrable por su presencia y cercanía.
El texto apocalíptico proclamado va más allá de alusiones personales, familiares o de las estaciones de la vida.
Lo que Jesús critica es un estilo de vida en el que la persona se hace centro de sí misma y todos (y todo) deben girar a su alrededor.
Me extraña que en nuestro tiempo se vaya apagando el deseo y la aspiración a la santidad. Sería algo parecido a no querer crecer en el amor a Dios y al prójimo.
La Iglesia se detiene a orar para discernir sobre su forma de ser y estar en la misión ante los nuevos desafíos que emergen en este cambio de época.
Al ponerse en crisis el hombre mismo, en su ser y hacerse, las instituciones que lo sostienen en la vida, también entran en crisis: el matrimonio, la familia, la religión, el respeto a la vida…
Cuando un evento es significativo por su profundidad y trascendencia. Hablamos de acontecimiento; éste deja huella en el fluir de la historia.
Cada generación tiene que recorrer el camino fatigoso de la libertad en la verdad, la justicia y la caridad.