Un embajador zalamero, hipócrita y metiche

Ser vecino de la primera potencia mundial no es fácil, pero también tiene sus ventajas, entre otras que la tecnología nos llega antes que a otros países.

La embajada más importante de México es la de los Estados Unidos de América, que es el primer socio comercial y con quien comparte una muy extensa frontera de más de tres mil kilómetros, con uno de los más grandes movimientos humanos del mundo. En el país vecino viven más de treinta y cinco millones de mexicanos, desde ilegales o ya integrados y americanos por nacimiento.

Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, frase irónica y creativa, pero que a veces toma visos de realidad.

Ser vecino de la primera potencia mundial no es fácil, pero también tiene sus ventajas, entre otras que la tecnología nos llega antes que a otros países.

Las relaciones diplomáticas de México con los Estados Unidos, datan de poco después de la independencia, aunque ya más formalmente en el último tercio del siglo XIX, durante la presidencia de Porfirio Díaz, con interrupciones muy significativas, la última y más notable en el tiempo de la revolución. Las intromisiones han estado siempre a la orden del día.

Una historia de relaciones diplomáticas marcada por la desconfianza, que el antiguo embajador gringo Jeffrey Davidow retrata muy bien en su libro El Oso y el puerco Espín, desconfianza que no es gratuita, porque la embajada nos vigila y también interviene. El mayor ejemplo, que no el único, es la del embajador Wilson en la llamada decena trágica, donde el apoyo de Estados Unidos llevó al poder al traidor Victoriano Huerta, aunque luego se lo retiró.

En la época de la Reforma el apoyo fue para Juárez; en la revolución, los Estados Unidos apoyaron ora a una fracción ora a otra, según sus intereses.

En la historia de los embajadores de los Estado Unidos ha habido de todo, desde México americanos hasta un actor, John Gabin, que en los sesenta del siglo pasado hizo el papel de Pedro Páramo en un filme de igual nombre.

El actual representante Ken Salazar, apellido que muestra su ascendencia hispana, que no mexicana, es un caso singular, casi folclórico, para comenzar el accesorio de su atuendo que luce en su testa, el sombrero texano, lo hace ver a veces hasta un tanto ridículo, sino es que absurdo e incongruente con su vestimenta tan fina de traje y corbata

Y todo parece indicar que ese oufit, es un fiel retrato de su personalidad y desde luego de su actuar como diplomático.

Los embajadores, con excepciones, no tratan directamente con el presidente, porque simple y sencillamente sería imposible atender a 85 representantes; para eso está principalmente el secretario de relaciones exteriores y las secretarías  del ramo que corresponda.

¿Por qué Zalamero? El actual embajador por un buen tiempo trataba directamente con el presidente López Obrador, entraba y salía del palacio nacional orondo y protagónico, lo que desde luego propalaba en los medios, declamando loas y adulando a nuestro jefe de estado.

Sin embargo, no supo o no quiso darse cuenta que López Obrador es un político y bastó una declaración intromisoria del representante gringo, para que le cerraran las puertas del palacio, casi de manera humillante.

La nueva presidenta, ante las continuas declaraciones de ese mismo talante, dejó claro que no tratará con el embajador de manera directa y lo mandó como debía de ser a los conductos ministeriales que corresponde.

Todo esto hace ver la hipocresía y el metichismo de Contreras, cuya gestión ya está en los estertores y con su último actuar parece querer congraciarse con el nuevo poder estadounidense que se instalará en la casa blanca en enero próximo.

¿Y ahora a quién nos mandará Donald Trump?, ya lo sabremos, por lo pronto la retórica de su retorno es amenazante y agresiva: invocación de emergencia nacional para expulsar migrantes, fijar aranceles y declarar terroristas a los narcos. Nuestro gobierno habrá de afrontar con inteligencia y dignidad esas afrentas. Con Trump se puede negociar.

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