Sufrir

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

El dolor es buen maestro. Nos enseña muchísimas cosas. El problema es que es un maestro al que siempre le sacamos la vuelta porque a nadie nos gusta sufrir.   De entre las muchas cosas que el dolor nos enseña están, por ejemplo, valorar la vida y la salud, y darnos cuenta de lo vulnerables … Leer más

El dolor es buen maestro. Nos enseña muchísimas cosas. El problema es que es un maestro al que siempre le sacamos la vuelta porque a nadie nos gusta sufrir.

 

De entre las muchas cosas que el dolor nos enseña están, por ejemplo, valorar la vida y la salud, y darnos cuenta de lo vulnerables que somos ya que siempre nos sentimos fuertes e indestructibles. El dolor nos coloca frente a frente con nuestra fragilidad humana, y aunque éste nos demuestra los débiles que somos, termina por hacernos fuertes. Así es: quien más ha sufrido es quien logra formar un alma de acero.

 

Es muy común escuchar la frase: “es que a ti no te gusta batallar”. Yo me pregunto ¿a quién le gusta? Y es que claro que es de gente inteligente encontrar la solución más fácil a los problemas, utilizando todas las herramientas que se encuentren a la mano. Y hoy más que nunca existe cualquier cantidad de cosas para hacernos la vida más cómoda. Le pongo un ejemplo: ¿Cómo hacía antes para llegar a una dirección a la que nunca había ido antes? Preguntaba aquí y allá hasta que daba con ella. Intente hacerlo hoy a ver cómo le va. Ya nos hemos acostumbrado a las aplicaciones de navegación con que cuentan los dispositivos móviles. Y a ver ahí a quién se le ocurre decirle que “es que a usted no le gusta batallar”.

 

No se trata de complicarnos la vida, créame. Pero aquí el riesgo es que si antes le sacábamos la vuelta al sufrimiento ahora no se diga. Antes pasábamos por ahí como si nos acercáramos a una glorieta, ahora ni siquiera eso. Y yo he caído en la cuenta de que, sobre todo, en la formación de nuestros hijos, tratamos de evitarles todo tipo de sufrimiento al grado de convertirlos en frágiles piezas de cristal a los que cualquier vientecillo terminará por romperlos. No les negamos permisos, accedemos a todas sus demandas, nos metemos a resolverles todos sus problemas y a veces hasta las tareas les hacemos. Y ¿sabe que conseguimos con eso? Les evitamos el sufrimiento ahora que nos tienen con ellos para hacerlos sufrir solos cuando ya no nos tengan y ahí salió más caro el remedio que la enfermedad.

 

Hay que caer en la cuenta de que a veces es mejor permitir que sufran un poquito ahora pero que aprendan, que se vuelvan fuertes. Hay que darles responsabilidades y exigirles que las cumplan y que las cumplan bien. Hay que negarles aquel permiso o condicionárselos a determinado comportamiento y, eso sí, tenderles la mano para ayudarlos a levantarse cuando caigan pero, de una vez por todas, debemos de dejar de ser sus escudos ante un sufrimiento que es inherente a sus actividades y condición de vida.




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