Otros juegos de niñez

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado al amigo Margarito López García Lleno de regocijo escuchó cuando la tía Cande le decía a su mamá que se lo prestara para acompañarla a Las Huertas, un conjunto de casas que se encontraban a la falda del cerro, hacia el poniente y a sólo un par de kilómetros de la ciudad. A media … Leer más

Dedicado al amigo Margarito López García

Lleno de regocijo escuchó cuando la tía Cande le decía a su mamá que se lo prestara para acompañarla a Las Huertas, un conjunto de casas que se encontraban a la falda del cerro, hacia el poniente y a sólo un par de kilómetros de la ciudad.

A media mañana emprendieron la caminata cuesta arriba. Ella cargaba una bolsa grande (como las que portan las mamás, siempre llenas de cosas) y con la mano libre sostenía una sombrilla para soportar el sol a sus espaldas. El niño renegaba por llevar puesto un sombrero, no estaba acostumbrado a él, prefería aguantar las asoleadas con libertad de movimiento. En su espalda llevaba otra bolsa, también llena y pesada.

“La pila de los López” era el único depósito de agua en forma de alberca que se utilizaba para regar los frutales cuando disminuía el flujo del líquido en los manantiales pequeños. Ese mítico sitio, donde proliferaban las anécdotas porque muchos jóvenes y niños nadaban (o suponían hacerlo al manotear y chapotear con la alegría propia de su edad), era el referente para tomar una vereda sinuosa ahora de bajada, para llegar al destino. Las ramas de los árboles se enlazaban haciendo un túnel natural, sombreado. El suelo húmedo daba mayor frescura al ambiente.

Llegaron a la casa de Los López-García, una pequeña vivienda entre la arboleda, con un patio acogedor con bancas y rocas dispuestas a manera de asiento donde las visitas se acomodaban a descansar, abreviado de la frescura almacenada en una olla de barro. Mientras la anfitriona y la tía entraban a una extensa plática, por entre los arbustos se asomó Margarito, su compañero de estudios, que señalando con la mano le pidió acercarse.

Ante el titubeo de acudir, aquel mostró en una mano “peritas sanjuaneras”, en la otra una hermosa granada abierta, expuestos sus rojos y brillantes granos. Como el motivo del paseo era proveerse de frutas regionales, el argumento de su amigo era irresistible.

Con la anuencia de las señoras se fueron a jugar. El arroyo tenía grandes peñas graníticas en el barranco con múltiples lugares que servirían como escondite,  cavernas y túneles. Debajo de ellas fluían pequeños escurrideros, aprovechando la arena del lecho construyeron diminutos riachuelos, represas, diques, encharcamientos donde botaron a flote barcos de papel, canoas, balsas construidas con hojas secas y popotes de zacate. Degustaron las suculentas frutas y regresaron al llamado para la comida.

El relleno de las bolsas fue sustituido por perones, nueces, granadas, higos, chabacano, manzanas, zapotes, duraznos …

El camino de regreso fue más ligero por ir hacia abajo, pese a la carga transportada de ida. El chico iba contento, “rumiando” los recuerdos de tan alentadora jornada y pensando cómo presumir a sus hermanos los juegos realizados y la disposición de un amigo tan generoso como el suyo.

El cultivo de la amistad es garantía de humanismo, convivencia, solidaridad, afecto y empatía.




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