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Opinión

La lealtad… ¿algo anticuado?

La lealtad… ¿algo anticuado?

Como anciana dejada en un rincón, la lealtad parece haber vivido mejores días: aquéllos en los que palabras como “integridad”, “decoro” y “exigencia” subían y bajaban por los discursos.

Simitrio Quezada
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8 de mayo 2025

Ahora parece mejor alquilar a contrarios que reconocer a los leales, supuestamente como ingeniosa estrategia. Quizá parte de esto se explica a partir de que la lealtad y la entrega no cuentan para quienes no suelen ser leales ni entregados.

Según los nuevos jugadores del poder, como la preferencia de los leales está asegurada, qué más da tratarlos bien o de plano utilizarlos y abandonarlos. De todos modos pueden volver a estar en el bolsillo. En cambio, alquilar simpatía del que ha sido contrario, del que mucho ha golpeado, les implica una conquista con más valor que aquello que cotidianamente se les tributa.

Repítaselo: “ahora él sí cree en mí” y acalle esa voz interna que le insiste en que la mostrada es simpatía fingida, y acabará cuando acaben pagos y privilegios. Todos lo sabemos, pero que los leales no lo digan en voz alta, ni como consecuencia reclamen sus derechos, porque entonces su pronunciamiento los condenará al fuego que estaba preparado para ese oponente, a quien hoy sienta usted a su diestra.

Como anciana dejada en un rincón, la lealtad parece haber vivido mejores días: aquéllos en los que palabras como “integridad”, “decoro” y “exigencia” subían y bajaban por los discursos. Gloria ida, señor Don Simón: educación caduca para estos años en que importan más la herencia de privilegios y apellidos, la instrucción de mañas, el arreglo de los selectos, el contrabando de fueros, la seducción de masas, la imagen que no es lo más importante sino lo único.

Epopeyas derruidas, Don Simón, cuando el debate lo “gana” el más guapo o guapa, aunque no sea capaz de originar una sola palabra propia. Gestas podridas como la sociedad que, como buena hija de papi, hoy se perfuma en exceso para que su hediondez se olvide.

La lealtad y la entereza estorban mientras no se alcance el triunfo: después tendremos tiempo de facturar “pecadillos” y pedir perdón por ellos. Quien mata a una persona es visto como asesino y es ingresado en la cárcel; quien mata a muchas puede ser visto como poderoso y es ingresado a la gran sociedad.

La lealtad era algo necesario cuando los equipos eran algo absoluto y los divorcios constituían los pecados más reprobables. Hoy vemos que cambiar de marca, partido político o grupo no sólo es permitido, sino también necesario: consiste en adaptarte, y adonde llegas puedes vender lo que aprendiste en el estadio anterior. Viva el oficio de Francis Drake y Walter Raleigh.

La lealtad es anciana jubilada por los tiempos posmodernistas que insisten en que en la guerra y en el amor todo se vale. Para qué gastas tu dinero en maestrías y doctorados, si quien dirigirá los sesudos proyectos y delegará tareas será un pasante de licenciatura. Para qué desgastarte en asambleas, si se terminará haciendo lo que dicte el superior. La democracia debe avanzar… con las condiciones y elementos que instruyan los de arriba.

Hoy, los acuerdos, convenciones y elecciones espontáneas deben estar bien calculados, bien planchados. Para conservar esta estabilidad, el gatopardismo debe seguir ostentando los mejores disfraces. Blancos y puros, claro. Y los que han sido leales y ahora osen levantar la voz deben ser silenciados y reprendidos. Que obedezcan al nuevo, al que tanto ofendió, al que era enemigo y hoy metimos en nómina. La lealtad es anticuada: que obedezcan al ex contrario, al recién llegado… que para eso y más lo hemos reclutado.

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