
Los romanos insistían en que Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya.
¿En qué radica la grandeza de un pueblo? ¿Existe esa grandeza como ente mensurable; mas aun, objetivo? ¿Existe, en efecto, un pueblo más grande que otro en la magnitud de sus personajes, sus episodios, las decisiones que en él se toman, el crecimiento, impulso y ejemplos que en él se generan?
Los romanos insistían en que “Nemo quia magna, sed quia sua patriam amat”, Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya. Esto no es malo; por el contrario: el habitante de la civis que quiere honrarla procurará siempre hacerse grande para conferir grandeza a esa tierra suya.
En este sentido, un cronista municipal puede ser grande. Nos definen nuestras pasiones, y la de él es la de escudriñar, desempolvar, aplicar marco y luego exhibir pasajes de nuestra historia local. Su devoción disciplinada debe ser tan rigurosa que lo obliga a no fantasear, no inventar episodios ni adornarlos, decir las cosas como son, sin involucrar sus sentimientos.
Pensarán las mentes cerradas que para hablar de un pueblo se debe ser nacido y crecido en éste. Sin embargo existen cronistas municipales que nacieron en otras tierras y, al avecindarse en una latitud distinta, buscaron con ansia el merecimiento y eso los llevó a ser mejores que los propios locales.
He visto esto en Zacatecas, estado que comprende municipios tan cercanos y al tiempo tan distintos. Desde la gastronomía hasta la música, desde la frecuencia de las fiestas hasta la ideología política, desde el laicismo tan liberal de unos hasta la mojigatería a ultranza de otros.
El trabajo del cronista municipal puede implicar nostalgia pero también retos. Con frecuencia, sus investigaciones y hallazgos nos hacen preguntar si están nuestros gobernantes actuales a la altura de los antiguos; si continúan nuestras tradiciones religiosas con esa riqueza y plenitud con que las celebraban los mayores; si la educación que ahora impartimos los docentes y el resto de la sociedad es la adecuada para la formación de nuevos adalides como los de antaño.
La historia y la geografía coinciden en algo: accidentes. Todos somos productos de tensiones y distensiones. Nuestros nacimientos y muertes son productos de accidentes, y nosotros tenemos la permanente obligación de ser el ritmo. Todos somos el ritmo de nuestros pueblos y comunidades. Todos nosotros, armónicos o disonantes, establecemos esta sinfonía actual, a veces fofa, a veces creciente, y tarde o temprano la memoria que en otros generemos caerán en otras páginas. Ya vendrán nuevos cronistas a continuar capturando esa grandeza de nuestros pueblos.