La educación pública y las creencias (I)
La escuela pública necesita ahora más que nunca, en un México cada vez más diverso en términos religiosos, un cambio en su cultura interna.
El grupo de amigos “estudiosos de la religión” a la cual pertenezco, me ha enviado una serie de reflexiones sobre el tema religión y educación cuyas autoras son Citlali Rodrigues de la Torre y Cristina Guitierrez Zuñiga, que con gusto les comparto la primera de 2 partes.
En la Constitución de 1917 se estableció que la educación pública debía ser laica. Así, el surgimiento de este principio dentro del contexto posrevolucionario, impulsó un conjunto de valores cuyo objetivo era construir un nacionalismo separado de la Iglesia católica.
En la actualidad, la laicidad significa que «la educación se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa […] se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios», según la Unidad General de Asuntos Jurídicos.
Asimismo, hoy vivimos una nueva situación: por un lado, la pérdida del monopolio religioso por parte de la Iglesia católica (77% de los mexicanos se declaran católicos) y la existencia de una diversidad de grupos religiosos, principalmente cristianos (11.2%), así como el aumento del número de mexicanos que no se consideran parte de ninguna religión (10.6%), según los datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática del año 2020.
Por otro lado, el carácter progresivo de los derechos humanos nos lleva ahora a contemplar nuevos horizontes: el derecho a tener convicciones distintas (no necesariamente religiosas), los derechos culturales de los pueblos indígenas y los derechos sexuales y reproductivos que muestran entrecruces y tensiones entre las colectividades. Pese a todo esto, en el ámbito escolar prevalece un concepto de laicidad que en buena medida se ha limitado a pasar por alto dos cosas: la existencia de tradiciones populares católicas dentro de la escuela y el carácter ritual de los eventos y símbolos patrios que entra en tensión con nuevos actores religiosos. Ello abona, lamentablemente, a la exclusión de las minorías creyentes y no creyentes, pues, si sus visiones del mundo no empatan con estos dos criterios, terminan siendo discriminados, rechazados, burlados o hasta forzados en distintas actividades y momentos escolares.
Para ayudar a ilustrar y darle contenido a esto expongo algunos ejemplos de los conflictos que se generan en el contexto escolar, obtenidos a través de un seguimiento etnográfico realizado en el Proyecto «Diversidad religiosa y escuela pública en Guadalajara» coordinado por Cristina Gutiérrez Zúñiga desde 2014.
Los testigos de Jehová, principal asociación religiosa minoritaria del país, consideran que no se les debe rendir tributo o alabanza a imágenes o símbolos por constituir un acto de idolatría. Por ello, no les resulta adecuado hacer el saludo a la bandera o cantar el himno nacional. Algunas iglesias evangélicas y algunos católicos, por su parte, suelen estar en desacuerdo con ciertos contenidos curriculares, específicamente la certeza en la teoría de la evolución y la forma en que se aborda la educación sexual, especialmente la inclusión del enfoque de género. Asimismo, en muchas ocasiones la vestimenta elegida por motivos religiosos, como las faldas largas para las mujeres, desemboca en conflictos por considerarse impedimento para realizar distintas actividades, primordialmente de educación física. Igualmente, los testigos de Jehová y diversas iglesias evangélicas se oponen a la celebración de altares de muertos por considerarla una festividad pagana.
Por último, muchas personas llegan a sentirse, por lo menos, inconformes con la organización de misas católicas a propósito del fin de curso o de la graduación. Afortunadamente, existen algunos lineamientos jurídicos que dan cierta orientación dentro de las actividades escolares para respetar las distintas identidades.
En el 2003, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) estableció la superioridad del derecho a la educación por sobre la obligatoriedad de honra a los símbolos nacionales. Instó a la presencia respetuosa de las niñas y los niños en los honores a la bandera, sin que deban saludarla ni cantar el himno nacional. Sin embargo, siguen existiendo muchos conflictos porque dichas formulaciones jurídicas no han sido convertidas por las instituciones educativas en políticas específicas y claras de acción frente a la diversidad religiosa para el profesorado y las autoridades escolares.
La escuela pública necesita ahora más que nunca, en un México cada vez más diverso en términos religiosos, un cambio en su cultura interna. Necesita adoptar lo que diversos especialistas proponen como: «cultura del pluralismo religioso», que nos ayuda a pensar distintas maneras de relacionarnos armónicamente, considerando nuevas formas de «ser mexicano», «ser buen ciudadano» y «ser buen estudiante» que contemplen la diferencia de creencias. En otras palabras, lo que sugerimos aquí es la apertura a más de una, única y rígida, manera de entender la educación cívica y el nacionalismo.
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