Frialdad e insensibilidad

Dedicado a la maestra Ma. del Socorro Kuri Montufar, con gratitud y reconocimiento. Una mano curtida por el trabajo físico del campo se levantó entre las cabezas de la multitud. Pareció un imán, pues los rostros de la concurrencia voltearon a ver a quien con esa señal estaba pidiendo la palabra a las autoridades de la … Leer más

Dedicado a la maestra Ma. del Socorro Kuri Montufar, con gratitud y reconocimiento.

Una mano curtida por el trabajo físico del campo se levantó entre las cabezas de la multitud. Pareció un imán, pues los rostros de la concurrencia voltearon a ver a quien con esa señal estaba pidiendo la palabra a las autoridades de la Secretaría de Educación Pública, que presidían aquella sesión informativa para la comunidad escolar. Estaban presentes aspirantes de nuevo ingreso, padres de familia, integrantes del Consejo Estudiantil y docentes.

Quien comandaba al grupo de funcionarios, con mohín de desdén otorgó la palabra.

El de vestir sencillo, pero retórica e ideas claras, expresó a pulmón: “Pedimos consideración para que nuestros hijos sean aceptados en esta escuela conforme al estudio socioeconómico y sean los más necesitados quienes reciban una beca para que cursen la carrera”. Luego de mencionar con amabilidad nombre y procedencia. Hizo el planteamiento a sabiendas de la negativa de los burócratas, para imponer el criterio de selección del alumnado por examen de conocimientos académicos.

“Somos de extracción humilde Señor. nuestros jóvenes deben prepararse y luego regresar a sus comunidades a educar a los niños. Mire mis manos, éste es mi alimento”, declaró mientras sacaba del morral terciado al hombro, para sustentar su afirmación, una gorda grande de maíz, de las que ordinariamente preparaban las amas de casa de la región.

“Nuestros hijos tendrán la obligación de presentar resultados mayores al 8.0 de promedio desde el primer semestre. Ése es el compromiso de todos”, concluyó.

Según aquellos burócratas, las disposiciones oficiales debían acatarse al pie de la letra en todas las instituciones formadoras de docentes.

En gestiones precedentes solicitó flexibilizar la disposición de utilizar sólo el recurso de un examen de conocimientos, porque también era imprescindible considerar otros rubros de valoración, que aseguraran el beneficio a las familias más necesitadas y el arraigo de los egresados en el medio rural.

“El País está conformado una diversidad de grupos étnicos, contextos y poblaciones con requerimientos educativos específicos, como el caso de la zona ixtlera, aunque parecidos, tenían diferencias sustantivas que reclamaban particular formación en el profesorado” había argumentado la planta docente.

La comunidad educativa solicitaba una excepción en esas reglas. Sostenía tener implementado un modelo educativo capaz de motivar a los alumnos para involucrarlos en una dinámica intensa de formación profesional en los ámbitos pedagógicos, productivos, culturales, deportivos y de responsabilidad social, hacía tres años que daban prueba de ello.

Ninguna de las razones expuestas en aquel improvisado mitin tuvo eco en la mentalidad de los enviados por la SEP. Quizá pertenecían al grupo de “servidores públicos” que prefieren “quedar bien” con los jefes, en vez de servir al pueblo, actuar con sensibilidad y justicia.

Para fortuna de esa generación, el Secretario de Educación había autorizado una convocatoria considerando el rubro de estudio socioeconómico.

Aquella escuela, la Normal del Desierto, aún debía afrontar grandes desafíos, librar numerosos desencuentros, batallas externas e internas para preservar su ideario y espíritu filosófico.




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