
Opinión José Antonio Rincón
La divisa de Francisco fue la humildad que practicó con el ejemplo desde sus tiempos de arzobispo primado de Buenos Aires y continuó ya como papa.
El papado, la institución milenaria que sigue despertando tanto interés hasta en los no creyentes, ha visto de todo en la persona del obispo de Roma.
Así, el también llamado papa, su santidad, santo padre y siervo de los siervos de Dios, entre otros títulos, es jefe de estado de la Ciudad del Vaticano y en los primeros siglos era elegido por la feligresía, como los demás obispos, hasta que ese selecto grupo de poderosos cardenales, conocidos también como príncipes de la iglesia se arrogó la facultad de elegir al sumo pontífice.
Ha habido papas corruptos, asesinos, pedófilos, ladrones y hasta vendedores de la salvación, guerreros y reyes del nepotismo como Sixto IV, en el siglo XV que cuando fue electo no era obispo. Este hombre al frente de su ejército recuperó los estados pontificios, constructor y mecenas pues a él se debe la capilla Sixtina con los impresionantes frescos de Miguel Ángel.
También hemos tenido pontífices santos y sabios que han sabido ser líderes de la iglesia con el propósito de poner al día la evangelización en este mundo que cambia como una ruleta en sus ciclos de colores.
Francisco, fue un hombre con ansias de ver una clerecía que salga de la comodidad y cuide a sus ovejas hasta impregnarse de su olor, que no se apegue a lo material ni se deje seducir por los lujos, algo así como un misionero sin descanso al ejemplo de Jesús que la mayor parte de su predicación no fue en el templo , sino en las calles, en las plazas, en el monte y en las casas de ricos y pobres, de prostitutas y ladrones y que no tenía bienes ni le interesaba tenerlos.
Lo que planteó Francisco es hasta cierto punto revolucionario, reclamando que los sacerdotes se cultiven y no se convierten en curas de misa y olla, que dejen atrás esos largos sermones regañones y el papel de metiches, condenando sin más a la feligresía, en lugar de acompañarlos espiritualmente.
La divisa de Francisco fue la humildad que practicó con el ejemplo desde sus tiempos de arzobispo primado de Buenos Aires y continuó ya como papa, a riesgo de ser visto desde la lente política como un populista.
La valentía ejemplar de este hombre de fe, lo enfrentó con una buena parte del mundo, sobre todo en el propio seno de su iglesia, al grado de que algunos poderosos cardenales del ala conservadora y otros clérigos abiertamente lo criticaron incluso mientras su cadáver reposaba insepulto en las estancias vaticanas, alimentando la perspicacia de que ya deseaban su partida de este mundo.
En nuestro país el cardenal arzobispo emérito de Guadalajara, don Juan Sandoval Iñiguez lo acusó en pleno periodo exequial de haber atravesado los límites con sus ideas de apertura.
Las ansias de abrir su iglesia al mundo lo coloca como un pontífice que a diferencia de sus predecesores, sobre todo de Juan Pablo Segundo, revivió el espíritu del concilio Vaticano II del siglo pasado, el aggiornamento, que nos recuerda a su iniciador, el papa Juan XXIII.
Independientemente de su ejemplo de vida, Francisco que ahora con la tecnología está presente en todo momento y en todo el mundo, es bueno y muy recomendable conocer sus ideas, es decir su legado en las cuatro encíclicas de sus doce años de pontificado, particularmente Laudato si, que aborda la cuestión del medioambiente y Fratelli tutti, hermanos todos.
Después de los noveniales en periodo de la vacancia de la sede papal, aunque ya está en plena ebullición, lo que sigue es la elección del nuevo papa, que se presta a conjeturas y a todo un espectáculo de agoreros. Lo único cierto es que es incierto el resultado del cónclave.
En esas y el colegio cardenalicio hasta nos da un papa que ni siquiera es cardenal, obispo o presbítero, con tal de que tenga las virtudes del líder que en estos tiempos la iglesia requiere. Esta hipótesis la contempla el Código de Derecho Canónico, con tal de que la persona sea desde luego un católico ejemplar.
Atentos estaremos.