Andar por la cuesta

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A José Luz Núñez de León, admirable amigo de adolescencia   La preocupación fue notoria al recordar que fenecía el mes de octubre. “No he tenido tiempo de ir al billar” exclamó con pesadumbre. El compañero de estudios de primero de Secundaria quedó intrigado. “¿Por qué quieres ir al billar?” preguntó entre escéptico y asustado. … Leer más

A José Luz Núñez de León, admirable amigo de adolescencia

 

La preocupación fue notoria al recordar que fenecía el mes de octubre. “No he tenido tiempo de ir al billar” exclamó con pesadumbre.
El compañero de estudios de primero de Secundaria quedó intrigado. “¿Por qué quieres ir al billar?” preguntó entre escéptico y asustado. Ese sitio era un lugar prohibido para niños como ellos.
– “Necesito ir a jugar carambola para pagar la colegiatura de este mes. Con lo que he ganado sólo compré cuadernos y libros” respondió con naturalidad.
El chico era dedicado y provenía de “El Cobre”, una comunidad pequeña, donde la principal ocupación era ser minero. Su papá lo era y se esforzaba en mantener a sus cinco hijos y mandarlos a la escuela. Esperanzado “estiraba el sueldo” dándole a su hijo, para pagar los pasajes necesarios.
Los martes y jueves daba dos vueltas, porque tenían la clase de inglés a contraturno.
Con la finalidad de ahorrar para afrontar otros gastos, prefería caminar por una pendiente de ocho kilómetros escarpada, arenosa, resbaladiza. El riesgo de caer aumentaba cuando, para reducir el tiempo emprendía a trote, confiando en su fortaleza ante el peligro de una caída a los precipicios.
El regreso a comer, cuesta arriba, lo resolvió pidiendo “ride” a la camioneta del Servicio Postal que pasaba por su lugar de origen rumbo a la cabecera municipal vecina.
Casi hora y media de camino hicieron parecer eterno el transcurso del año. Al siguiente ciclo su hermano Jesús concluyó la Primaria. De complexión vulnerable entró en decaimiento. La familia completa vino a radicar y terminaron esas caminatas largas.
Allá en su comunidad había aprendido a jugar porque los menores tenían acceso a los billares. Era hábil y diestro, a pesar de su corta edad. Precisamente por ser niño, los señores mayores querían competir contra él creyendo, ingenuamente, poder ganarle, lo cual no conseguían, salvo contadas ocasiones. Al conocer su técnica se convirtió en el reto de vencerle y las apuestas incrementaron sus montos en beneficio del muchacho. Meses después tuvo ganancias suficientes para adquirir una bicicleta, con la cual redujo tiempo en el traslado.
Se veía lejana la posibilidad de graduarse, pero una situación alentadora sucedió año y medio después: de uno de los bancos locales solicitaron al alumno de mayor destreza mecanográfica y la elección le favoreció. Empezó a trabajar medio tiempo, recibiendo también un alentador medio sueldo.
De esa forma aseguró solvencia para concluir sus estudios y entrar a la Academia Comercial, concluyéndola con excelentes notas.
Conocimiento y experiencia laboral unidas en su acervo, le motivó para proseguir su formación en un Sistema Modular, Universidad Metropolitana del Noreste, donde el mérito académico le dio acceso a una beca del ITESM, en tiempo récord cursó la carrera de Contador Público.
Lo fundamental para alcanzar el sueño de ser profesionista: tener aspiraciones, deseos de superación, trazar un plan, dar cada paso de la vida en ese rumbo, dedicación, esfuerzo.




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