Agua y jabón

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado cariñosamente a mamá Cuca   Ir por la tarde a esa parte del rancho era esporádico, aunque fuese el camino ordinario a la escuela, que transitaba acompañado por sus dos hermanos mayores y compañeros de estudios. Pero aquel fatídico día su madre lo mandó a dejar un recado, el cual demoró en atender, por … Leer más

Dedicado cariñosamente a mamá Cuca

 

Ir por la tarde a esa parte del rancho era esporádico, aunque fuese el camino ordinario a la escuela, que transitaba acompañado por sus dos hermanos mayores y compañeros de estudios.

Pero aquel fatídico día su madre lo mandó a dejar un recado, el cual demoró en atender, por seguir jugando con primos y vecinos en el gran patio de la casa de la abuela.

El otoño fenecía y los días eran más cortos, así que, un ligero sobresalto le puso alerta para atender la encomienda, aprovechando la luz crepuscular.

Muy a su pesar tuvo que abandonar el juego de “Los Encantados” y dirigirse al domicilio de la destinataria del comunicado.

El camino era absolutamente familiar, pero inspiraba temor a todos, una parte colindante a la finca de la tía Chabela, por los sustos recibidos de dos bravos perros que cuidaban las inmediaciones del lugar.

El cerco perimetral de esa vivienda era de nopal, mismo que tenía algunos huecos por donde los caminantes podían ver y vigilar si los canes estaban echados a un lado de la puerta de la cocina de la dueña, para tomar precauciones. Antes de avizorar el sitio, tomaban un pedrusco en cada mano y reservas escondidas entre la ropa.

Sigilosamente pasó de ida contando con la fortuna de la ausencia de los canes, pero al retorno su suerte fue distinta. Armado con buenas piedras, llenando de aire sus pulmones en señal de resolución y valentía, fue andando sobre las puntas de los pies para ocultar su presencia.

Por su corta edad desconocía la habilidad del olfato de los chuchos, mismos que lo advirtieron cuando el niño casi había logrado pasar la frontera final de la vivienda, donde el sendero hacía bajada en un arroyo. De reojo vio aquellos animales enderezarse y correr hacia él. Ingenuo confió en la ligereza probada de sus piernas y en vez de hacer una mueca corporal acostumbrada, de pararse y simular la defensa levantando el brazo con la roca, tomó velocidad hacia el arroyuelo

Logró escuchar cómo los talones golpeaban sus sentaderas y abrió más el compás cuando inició la pendiente del barranco, pero los ladridos pronto subieron de volumen sintiéndolos tras las orejas.

Un piquete bajo el cuadril derecho pareció detener por milésimas de segundo su rapidez, y en la misma fracción de tiempo, las fieras detuvieron su persecución y volvieron al corral.

Al disminuir su correteo, el dolor aumentó, empezó a cojear, llegando a casa con la duda en su pensamiento: ¿informaría a mamá?, no, se aguantaría…

Esa vez aprendió también que las madres adivinan porque cuestionó aquella cojera. Confesó y de inmediato la progenitora lo metió a bañar tallando con fuerza con la fibra y jabón, sabiendo que era el mejor antídoto contra la rabia.

Agua y jabón son elementos eficaces para prevenir enfermedades fatales, tan graves como el COVID-19, que actualmente tiene asolada a la humanidad.




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