Afable experiencia

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

  A Pascual (QEPD), Pablo, Pancho, Arnulfo, Juan e Hilario Asombrados veían la agilidad de sus adversarios, se distribuían el balón con pericia, se “colaban” con facilidad, lanzaban desde distancias considerables y antes del primer minuto empezaron a recibir anotaciones en contra. Nuestros dirigentes pidieron un alto momentáneo (tiempo fuera del cronómetro), para hablar con … Leer más

 

A Pascual (QEPD), Pablo, Pancho, Arnulfo, Juan e Hilario

Asombrados veían la agilidad de sus adversarios, se distribuían el balón con pericia, se “colaban” con facilidad, lanzaban desde distancias considerables y antes del primer minuto empezaron a recibir anotaciones en contra. Nuestros dirigentes pidieron un alto momentáneo (tiempo fuera del cronómetro), para hablar con los tímidos muchachos y animarles a divertirse, alegrarse del juego y dar su mejor esfuerzo.

El marcador fue aplastante en aquel encuentro deportivo. Los nuestros apenas consiguieron veinte puntos, el equipo contrario quedó arriba de los noventa.

En el rancho recientemente se había construido la cancha y no se utilizaba porque nadie conocía ese deporte. La tradición era practicar béisbol o volibol.

Pascual, Pancho, Arnulfo y Beto reciban la influencia de este otro deporte en la escuela secundaria, pero sólo el primero se animaba a jugarlo, motivado por haber presenciado allá algún torneo.

Como los fines de semana los pasaban ahí en San José, donde radicaban sus abuelitos, se involucraban en la algarabía generada las tardes sabatinas que, después del horario de la doctrina en la Capilla religiosa, salían niñas, niños, jóvenes y sus catequistas, a jugar tanto a los encantados como a las canicas, el trompo, la roña, salto de cuerda, columpio, beis y voli.

Jóvenes y señores también acudían luego de concluir sus jornales agrícolas, ganaderas o mineras, alegrando la tarde con música en el tocadiscos y formalizado el pago para la tarde del domingo.

Francisco consiguió prestada una camioneta y gasolina, pero fueron sólo cinco al encuentro. Pablo, con más entusiasmo que conocimiento, acudió en plan de refuerzo. Fue importante su asistencia porque pudo dar minutos de aliento a los neófitos y fatigados jugadores.

La contienda fue desigual porque los rivales sabían jugar mucho mejor. Tuvieron que entrar dos promotores de una brigada del Instituto Mexicano del Seguro Social eran hábiles, pero su esfuerzo fue insuficiente para equilibrar la competencia.

El equipo rival era experimentado y su promedio de edad era de unos veinticinco años, mientras los visitantes no llegaban a los 17.

Sorprendidos por la propuesta al considerar que era demasiado pronto para enfrentarse formalmente a otro equipo, pero animados por las palabras de Juan e Hilario (promotores) aceptaron jugar un partido de básquetbol en San Tiburcio, una comunidad vecina.

En esa ocasión conocieron la brutalidad de la derrota, pero también que los contrarios no eran de fierro, se cansaban, cometían errores por exceso de confianza o la minimización de los competidores. Al hacer su primer enceste la seguridad se elevó y empezaron a frenar el agobio sufrido en los minutos iniciales.

La rivalidad quedó acotada en la cancha, durante el juego, pues contrario a la expectativa de los derrotados, quienes esperaban apabullantes burlas por la gran diferencia del marcador final, juntos fueron a tomar un refresco en un ambiente alegre de solidaridad y camaradería, más cuando aquellos se enteraron que era el primer partido en la vida de los invitados.




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