A niñas y niños

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Son nuestros maestros de disfrutar las cosas más sencillas de la vida, desde cantar, jugar, enojarse, perdonar, amar.

A niñas y niños les envidio su intensa imaginación, montañas y montañas de escenarios por vivir. ¿Cuáles límites? El esplendor de lo que ensueñan es superior a cualquier diplomado, seminario o maestría en creatividad.

Envidio a niñas y niños su elocuencia ajena a los convencionalismos adultos: por eso nos hacen ver el mundo de otro modo; por eso nos dejan entre labios ora asombros ora sonrisas.

Les envidio su rutina antirrutinaria: dormir hasta las diez de la mañana, despertar para almorzar sin preámbulos y después rayonear paredes con crayones y lápices de colores. Niñas y niños cantan para sí por el gusto de hacerlo, desordenan la mesa de centro y muestran ante la furibunda madre que su regaño le importa ídem.

Envidio a niñas y niños que salgan a pedalear un triciclo como les viene en gana: con los pies sobre los pedales, sí, o debajo de ellos, o de plano moverse sobre el asiento pero gastando las suelas nomás porque quieren y qué.

Y que cuando se aburren lo dejan, sin problema alguno.

Qué maravilla que no tengan horarios ni pudores para comer, bostezar o expulsar sus aires superiores o inferiores. Envidio a niñas y niños la sonrisa y la sinceridad, y el desgano sincero. Cuáles inhibiciones, cuáles hipocresías, cuáles avaricias, cuáles intrigas y egoísmos y celos. Qué van a saber de grilla niñas y niños.

Cómo envidio su natural rol de distribución de juguetes ajenos. Pueden hacer berrinches en el proceso, pero no queda en ellas y ellos resentimiento.

Envidio a niñas y niños el modo en que comen la guayaba, cómo despellejan un durazno con los dientes, cómo sostienen el emparedado. Les envidio el modo en que saborean una tortilla recién hecha o un jitomate que toman a mordidas, un pepino que comienza a escurrir o un plátano maduro.

A niñas y niños, soberanos y gruñones felices, berrinchudos y más bellos cuanto más mocosos o enfermos o con ojos decaídos pero abrazos fuertes.

Les envidio vivir estancados en una etapa que no puedo regresar a mí.

Les envidio ser verdaderos maestros, y de lo que realmente importa.

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