Confiados y confiables

José Napoleón García
José Napoleón García

Por estos días solicité un servicio para el cual pagué por adelantado al prestador lo correspondiente a un par de detalles que no tuvo listos en su momento, quedando yo en regresar después por ellos. Al así hacerlo, fui atendido por otra persona a la que le mencioné que iba a recoger lo comentado haciéndole … Leer más

Por estos días solicité un servicio para el cual pagué por adelantado al prestador lo correspondiente a un par de detalles que no tuvo listos en su momento, quedando yo en regresar después por ellos. Al así hacerlo, fui atendido por otra persona a la que le mencioné que iba a recoger lo comentado haciéndole saber que ya estaba liquidado en su totalidad, que si deseaba llamarle a quien me atendió primero para constatarlo. Su respuesta me dio una grata sorpresa: “no es necesario, confío en su palabra”.

Quedan pocos que todavía hacen tratos a la palabra, o que confían en la palabra de uno al que ni siquiera conocen. Y esto sucede porque un mal día alguien decidió abusar de la confianza del otro, de ahí que se haya constituido como un delito el “abuso de confianza”. A partir de ese mal día, el confiado dejó de serlo al igual que el confiable. Es decir, uno dejó de confiar y el otro de ser digno de confianza.

Un día un buen señor me dijo: “cuando alguien te pide prestado y pretende pagarte, sin que te firme; si no te piensa pagar, ni aunque te firme con sangre”. Y es que ahí está lo que hace confiable o no a una persona, en sus valores, en su formación, en la cuna en que fue mecido. Y otra vez regresamos a lo básico: la falta de formación no se suple con nada.

La confianza es algo que debería de volver a ponerse de moda. ¡Cuántos problemas nos ahorraríamos si todos fuéramos un poquito más confiados y un mucho más confiables! Debemos de enseñárselos a nuestros hijos, con el ejemplo, claro está: devolviendo aquel libro que me prestaron sin que tengan que pedírmelo, guardando la discreción necesaria ante una confidencia delicada, cumpliendo con mi deber en el trabajo, la familia y sociedad, en general, sólo porque soy responsable y, en suma, haciendo el bien cuando nadie está observando.

Eduquemos en la confianza. Está en las manos de cada uno de nosotros rescatar prácticas de antaño que hacían que nuestra convivencia fuera más fácil y mejor.




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