Jesucristo dueño de la vida y triunfador de la muerte

Para centrar las enseñanzas de esta homilía en el Domingo 13 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, quiero partir de la realidad humana con sus luces y sombras. Constatamos siempre el hecho de la salud tan necesaria y la debilidad y deterioro de nuestro ser a medida que avanza nuestra vida en este mundo. Vivimos alegres … Leer más

Para centrar las enseñanzas de esta homilía en el Domingo 13 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, quiero partir de la realidad humana con sus luces y sombras. Constatamos siempre el hecho de la salud tan necesaria y la debilidad y deterioro de nuestro ser a medida que avanza nuestra vida en este mundo.

Vivimos alegres y aún satisfechos, cuando gozamos de la integridad espiritual y corporal, pero también nos afligen las enfermedades y la muerte, que tenemos que afrontar, ya que no somos eternos en este paso terreno hacia el futuro, en el cual se ha de realizar el gran encuentro con Dios
En el cielo para toda la eternidad, que con fe y esperanza cristianas, confiadamente queremos alcanzar. Precisamente ante estas realidades que apunto en esta introducción a mi homilía, las lecturas bíblicas de nuestra presente eucaristía dominical, nos sitúan ante Jesucristo como dueño de la vida y triunfador de la muerte.
Este es el tema de nuestra homilía el día de hoy.

Jesucristo frente a las decisiones vitales

La primera lectura del libro de la Sabiduría, nos revela que “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes.

Todo lo creó para que subsistiera. Las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal.

Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; más por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen”. 

Por esto podemos afirmar que Dios es amigo y dador de la vida, y ante la rebeldía de los hombres con el mal uso de su libertad creada, que es el pecado, el Padre eterno envió a su Hijo hecho hombre con el sello y la gracia del Espíritu Santo para liberarnos del pecado y de todo lo negativo que se sigue de esta rebeldía, como son las enfermedades, las circunstancias adversas que se nos presentan en nuestra existencia e incluso la muerte misma.

Jesús es dueño de la vida, Porque como Hijo de Dios nos ha creado y ha reparado nuestras debilidades y pecados, perdonándonos, restituyendo la gracia perdida y dándonos como herencia prometida la vida eterna en el cielo, hacia donde vamos caminado cada día, con Cristo: camino, verdad y vida.

Y el texto evangélico, según San Marcos, que acabamos de proclamar, nos relata cómo Jesús curó a una enferma con flujos de sangre desde hacía doce años y habiendo luchado mucho para conseguir su salud, con tan solo tocar su manto con profunda fe y esperanza de ser curada como así fue, en medio de una multitud que apretujaban a Jesús.

Y también la hija pequeña de doce años que estaba muriendo, y era hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, a petición del mismo, le pide ir a su casa para que curara a su hijita.
En esa petición estaba con Jesús, cuando le avisaron que su hija había ya muerto. Le decían sus criados que ya no molestase al Maestro.

Pero Jesús al darse cuenta de lo que comunicaron a Jairo sus criados, le dijo; “No temas, basta que tengas fe”. 

El Señor tomó la iniciativa inmediata para ir a la casa de Jairo en donde, a pesar de las circunstancias de quienes escandalosamente lloraban la muerte de la niña y ante la incredulidad de muchos, Jesucristo llamó a la difunta tomándola de la mano con las palabras:

“¡Óyeme niña, levántate”! La niña que tenía doce años se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña”.

Jesús es triunfador de la muerte. La resurrección de la hija de Jairo, al igual que las otras dos resurrecciones que leemos en los evangelios: Lázaro e hijo de la viuda de Naím, tienen condición de signos.

Es decir, evidencian la llegada, el poder y la vitalidad del Reino de Dios, presente en la persona de Jesús y su obra de salvación; ponen de manifiesto el poder de Cristo sobre la muerte y sobre todo, preanuncian su propia resurrección, más allá de la muerte que él en la plenitud de su amor y su entrega por todos los hombres, asumió en el ara de la cruz.

Nuestro Señor Jesucristo afirma plenamente: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá” (Juan 11, 25). La 1ª. Carta a los Corintios, nos revela firmemente, que la resurrección de Cristo, fundamenta nuestra fe, porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana nuestra fe y estaríamos todavía en nuestros pecados (1ª. Cor c. 15).

Y el apóstol San Pedro, nos enseña que al creer en Dios por medio de su Hijo hecho hombre, a quien ha resucitado de entre los muertos y le ha dado el poder y la gloria, para que nuestra fe y nuestra esperanza más allá de esta vida, se centren y se afiancen definitivamente en Dios.( 1ª. Ped 1, 21 y y ss.).

Conclusión

¡Hermanos y hermanas: Tengamos firme convicción de fe cristiana, manifiesta en pensamientos, palabras y obras, como testimonio de que con Cristo, después de esta vida, reinaremos con él y sus santos eternamente en el paraíso, en la casa de Dios nuestro Padre. Y reconozcamos, que de la muerte, con Jesucristo y su Espíritu Santo, nace desde nuestro bautismo, hoy y para siempre, nuestra sumisión liberadora con Cristo, dueño de la vida y triunfador de la muerte! ¡Ojalá que así sea!

*Obispo emérito de Zacatecas

Imagen Zacatecas – Fernando Mario Chávez Ruvalcaba