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El banquete del reino de Dios

Hermanos (as): Estamos ahora celebrando una nueva eucaristía dominical. Dios nos habla fuertemente cada domingo para que iluminados con su luz, que es fe nuestra, vayamos penetrando poco a poco, pero muy seguramente, si queremos, en los misterios del Reino de Dios, centro de la predicación de Jesucristo, quien unido a la voluntad del Padre … Leer más

Redacción Zacatecas
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15 de octubre 2017

Hermanos (as): Estamos ahora celebrando una nueva eucaristía dominical. Dios nos habla fuertemente cada domingo para que iluminados con su luz, que es fe nuestra, vayamos penetrando poco a poco, pero muy seguramente, si queremos, en los misterios del Reino de Dios, centro de la predicación de Jesucristo, quien unido a la voluntad del Padre nos revela la vida íntima de Dios y nos hace conocer y asimilar el designio de salvación y redención, que se expresa profundamente en las enseñanzas de la Sagrada Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento, partes que integran cabalmente la Biblia como palabra de Dios.

Ya en los tres domingos anteriores, la liturgia de la palabra, nos ha hecho conocer, meditar y asimilar espiritualmente, el misterio del Reino de Dios mediante tres parábolas referidas a la figura o simbolismo de una viña.

Ahora, en la liturgia de la palabra de este domingo, profundizando y ampliando las enseñanzas de Jesucristo acerca del Reino de Dios, tenemos a la vista la parábola del “Banquete del Reino de Dios”.

Los invito, pues, con esta homilía tomada de los textos bíblicos que la Iglesia Universal, hoy, nos presenta, a contemplar y asumir gozosamente, el misterio del reino de Dios con la figura simbólica del Banquete.

El banquete del reino de Dios

Decíamos, que el tema del banquete que significa el Reino de Dios, aparece muy claramente en la profecía de Isaías (1ª. Lectura), en la cual se nos revela que: El Señor del universo preparará sobre el monte Sión, lugar de Jerusalén, un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos.

El Señor arrancará en este monte el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo. Así lo ha dicho el Señor.

Todos hemos experimentado de generación en generación, que la alegría de vivir es compartir con amistad, fraternidad y participación los bienes espirituales y materiales que nos unen cuando celebramos alguna fiesta: onomásticos, cumpleaños, graduaciones, bodas, bautismos, etc.

La alegría de vivir se expresa fuertemente en todas esas ocasiones que nos consuelan y nos hacen superar las tristezas y sufrimientos de nuestra existencia en esta tierra cuando vamos siempre de peregrinos en pos del cielo, si creemos que Dios existe y nos llama a la plenitud del gran banquete en su casa del cielo.

Ahora, teniendo a la vista muy en cuenta el evangelio de San Mateo, quien nos ofrece la parábola del banquete del Reino de Dios, siendo invitados a él en primer lugar, el pueblo judío y después con el correr de las generaciones en la historia de la salvación, todos los demás pueblos considerados “paganos”.

En dicha parábola, se sobrentiende fácilmente que Dios Padre es el rey que presenta a su Hijo, el esposo de la nueva humanidad y de la Iglesia, por medio del anuncio de los profetas en primer lugar.

Al ser rechazado posteriormente Jesús mismo en persona por los judíos en su conjunto, primeros invitados, las puertas del Reino se abren para todos sin discriminación: buenos y malos, pecadores y publicanos, gentiles y paganos, “puros e impuros”, según la clasificación que hacían los fariseos y letrados de la ley.

He aquí, hermanos a los nuevos destinatarios de la llamada al Reino para constituir el nuevo Israel de Dios que es nada menos que la Iglesia de Cristo, el pueblo de la nueva alianza.

Y en esta amplitud universal del Reino de Dios, quedamos todos los hombres y mujeres, incluidos sin acepción de personas, hasta nuestra presente generación.

Respuesta a la invitación de Dios para pertenecer a su reino de amor y fraternidad

Apunto aquí, tres condiciones para una respuesta adecuada a la invitación de Dios a partir de nuestro bautismo y las hallamos expresadas en la segunda lectura y en el evangelio de hoy, a saber:

A).-Es necesario tener “alma de pobre” porque “Dios colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lc 1, 53).

Con esta actitud fundamental: ser servidores de los pobres y necesitados; ayudar a los huérfanos y desamparados; vivir para Dios en la entrega de su Hijo que al hacerse hombre nos ha salvado como servidor de la humanidad dándole el tesoro de la redención en este mundo y para el futuro con su donación y sacrificio pleno de amor y humildad en su pasión y en su muerte en el ara de la cruz.

B).-Vestir el traje apropiado para asistir al Banquete del Reino, con una conversión leal y sincera aceptando y aprovechando al máximo la gracia del perdón y la misericordia que Dios infatigablemente nos ofrece a todos y cada uno.

C).-Pertenecer al Reino de Dios con la actitud fundamental de alegría y fraternidad, al compartir todos juntos el ser hijos adoptivos del Señor, hermanos de Cristo, el primogénito y dejarse llevar con la gracia unida a nuestra fraternidad y dones del Espíritu Santo y esta alegría incondicional, tomando conciencia práctica y comprometida de que todo lo podemos en aquel que nos alienta siempre y conforta en las alegrías y en las penas, que es lo que nos enseña e inculca la segunda lectura de este día.

Pidamos al Señor fervientemente nos ayude a ser cristianos, auténticamente miembros del pueblo de Dios, dentro del gran banquete del amor, la justicia y el servicio que deben caracterizar a los súbditos del Reino de Dios. 

*Obispo emérito de Zacatecas

Imagen Zacatecas – Fernando Mario Chávez Ruvalcaba

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