El aumento de la longevidad con mejor salud y bienestar es un fenómeno del siglo 21 que deberíamos celebrar. Pero los demógrafos tienen dificultades para especular sobre las necesidades de una población que envejece y su impacto en la sociedad de los años que vienen. Desde la Segunda Guerra Mundial, aumentó la esperanza de vida … Leer más
El aumento de la longevidad con mejor salud y bienestar es un fenómeno del siglo 21 que deberíamos celebrar. Pero los demógrafos tienen dificultades para especular sobre las necesidades de una población que envejece y su impacto en la sociedad de los años que vienen. Desde la Segunda Guerra Mundial, aumentó la esperanza de vida en el mundo gracias a los avances médicos, las campañas de salud pública, mejor nutrición y educación. No obstante, aunque somos capaces de predecir esperanza de vida, salud e ingresos, tenemos conocimiento inadecuado de los efectos derivados del envejecimiento en la sociedad de los años por venir.
En un lapso corto de tiempo, hombres y mujeres en el mundo occidental han añadido 10 a 15 años a su esperanza de vida. Para 2025, un tercio de la población de los países de la OCDE tendrá 60 años o más. Esto, junto con el impacto financiero de la recesión que no acaba de acabar y el proceso de globalización, nos deja en un punto de inflexión donde los efectos de la inactividad económica de los trabajadores de más edad podrían ser económicamente catastróficos.
Hace ya una década que un documento de la OCDE señaló que, si no hay cambios en los patrones de trabajo y jubilación, el número de personas inactivas más viejas en esos países casi se duplicará, de alrededor del 38% en 2000 a poco más del 70% en 2050. Para algunos, como México, en aquélla fecha esa proporción podría ascender a casi una persona mayor y económicamente inactiva por cada trabajador.
La longevidad debe ser un activo social y económico para la sociedad. Para conseguirlo, dos grandes intervenciones estratégicas influirán significativamente en el comportamiento futuro de los trabajadores de más edad: cambios en las edades de jubilación y en las pensiones.
Los aumentos de la edad de jubilación han comenzado a implementarse, pero hoy es imposible medir si esto se traducirá en cambios en los patrones reales de retiro. Es urgente explorar alternativas para que los sistemas de pensiones se vuelvan eficaces, que equilibren los derechos y obligaciones durante la etapa de trabajo de un individuo con sus beneficios en la jubilación, y reconocer las necesidades no sólo de aquellos con mayores ingresos y mejor educación, sino también de quienes tienen pensiones pequeñas o que dependen del apoyo estatal.
Mejorar la salud y el bienestar de todos, en particular de los que provienen de entornos socioeconómicos más bajos (donde la salud y la discapacidad representan obstáculos importantes para la inclusión en el lugar de trabajo) debería permitir a las personas estar más aptas y dispuestas a extender su vida laboral.
Sin embargo, los datos publicados ayer por los Centros de Control de Enfermedades de los Estados Unidos obligan a reconsiderar el escenario. Ahí parece terminar una tendencia de décadas de aumento de la esperanza de vida: declinó el año pasado y no es mejor que hace cuatro; un evento excepcional en un año que no incluyó un brote de enfermedad importante, como los de 1999 en medio de la epidemia de SIDA, o 1980, resultado de una temporada de influenza especialmente virulenta.
Dramáticamente, aumentaron las tasas de 8 de las 10 principales causas de muerte. Las tendencias preocupantes son más pronunciadas para las personas de grupos desfavorecidos como los negros y los hispanos, como recordatorio de que la salud está ligada al código postal.
Imagen Zacatecas – Antonio Sánchez González