Una nueva revolución: la ciudadanía contra la corrupción

La semana pasada se cumplieron 103 años de la Batalla de Zacatecas. Sangrienta lucha que determinó el triunfo definitivo del ejército Constitucionalista de Carranza sobre Victoriano Huerta. Se ha dicho siempre que La Batalla de Zacatecas representó el triunfo de la revolución, pero ¿cuáles fueron los triunfos de la revolución? Sin duda, el mayor de … Leer más

La semana pasada se cumplieron 103 años de la Batalla de Zacatecas. Sangrienta lucha que determinó el triunfo definitivo del ejército Constitucionalista de Carranza sobre Victoriano Huerta. Se ha dicho siempre que La Batalla de Zacatecas representó el triunfo de la revolución, pero ¿cuáles fueron los triunfos de la revolución?

Sin duda, el mayor de ellos fue la promulgación de la Constitución de 1917. Nuestra Constitución, como documento fundacional, como mapa de ruta para el México que se deseaba construir, y como ley fundamental que buscaba la igualdad entre los mexicanos es un triunfo que no puede regatearse. Fue una Constitución de avanzada, la primera en el mundo en consagrar derechos sociales.

Sin embargo, la Constitución de 1917 tiene un gran problema de origen y es que fue la Constitución de los vencedores, nada más. Los derrotados nunca fueron escuchados, ni incluidos. No tuvieron un solo asiento en el Constituyente. Así pues, nuestra Constitución no fue fruto de un pacto social y de una reconciliación nacional, sino que fue la imposición de la visión de los vencedores.

Con ese gran defecto de origen, la Constitución era lo suficientemente buena como para servir de marco jurídico para construir un país con Estado de Derecho y hacer viable un México democrático, libre y equitativo. Para la mala fortuna de los mexicanos, los mismos revolucionarios (o sus hijos políticos) terminaron por corromperse muy rápidamente y lejos de construir un Estado en el que imperara la Ley, construyeron uno en el que ésta era de aplicación selectiva y discrecional. Para la década de los treintas del siglo pasado ya construían desde el gobierno una red clientelar o corporativista con el propósito fundamental de fortalecerse políticamente y perpetuarse en el poder.

El deterioro vino pronto, tan temprano como en 1947, don Daniel Cosío Villegas ya denunciaba la corrupción del régimen postrevolucionario: “Así, una general corrupción administrativa, ostentosa y agraviante, cobijada siempre bajo un manto de impunidad… ha dado al traste con todo el programa de la revolución”.

En el mismo ensayo La Crisis de México, Cosío Villegas sentenciaba que la única esperanza, era que de la propia Revolución surgiera una depuración de hombres y una reafirmación de principios. En esto último se equivocó don Daniel, pero se equivocó para bien. La anhelada reafirmación de principios no vino de la revolución, sino que vino a pesar de ella. Me refiero al gran motor que han sido ahora los ciudadanos para impulsar la creación del Sistema Nacional Anticorrupción y los Sistemas Locales. Al ser un logro ciudadano, y no del gobierno, me hace pensar que, de una vez por todas y para siempre, los ciudadanos estamos tomando el control de nuestras instituciones y lograremos esa depuración de hombres (y mujeres) en el que todo aquel que haga mal uso de los recursos de los mexicanos sea sancionado y desterrado de la función pública. Debemos aprovechar este nuevo impulso para construir un verdadero Estado de Derecho y un México de verdad libre y ciudadanos con igualdad de oportunidades de desarrollo. Esas son las principales deudas de la Revolución con el país, y más aún con Zacatecas, pues después de 1914 quedamos en el abandono y la desolación.

Estos días, en el pleno del Congreso del Estado votaremos el conjunto de Leyes del Sistema Estatal Anticorrupción (el plazo para hacerlo vence el 18 de julio) y al fin en Zacatecas podremos aspirar a que "nos haga justicia la revolución" y que los muertos de aquella batalla de 1914 y los sacrificios de nuestros abuelos no hayan sido en vano. 

Imagen Zacatecas – Arturo López de Lara