Primeros aprendizajes en el trabajo

*A los primos Rico Briones, por mostrarme el camino de trabajo desde la niñez El señor cruzó la pierna para lucir sus recién lustrados zapatos, al tiempo que entregó una moneda equivalente al 20% del costo total del servicio, al niño acompañante del dueño del cajoncito en que se guardaban los enseres necesarios para esa … Leer más

*A los primos Rico Briones, por mostrarme el camino de trabajo desde la niñez

El señor cruzó la pierna para lucir sus recién lustrados zapatos, al tiempo que entregó una moneda equivalente al 20% del costo total del servicio, al niño acompañante del dueño del cajoncito en que se guardaban los enseres necesarios para esa actividad.

El menor, entre sorprendido y titubeante, extendió la mano para recibir la propina. El otro sonrió y agradeció la atención, pues intencionalmente había pedido a su pequeño primo, dar el trapazo final al calzado. El cliente tuvo un gesto generoso, tomó del plato que degustaba en ese restaurante, parte de sus alimentos y ofreció un taco a cada uno de los infantes.

Estuvieron hasta ya entrada la tarde boleando por las calles de la ciudad. Lo que al principio pareció divertido, se convirtió en agobio por caminar y volver a pasar por las mismas calles de mayor concurrencia. El sol y la sed provocaban cansancio y no quisieron gastar para evitar ver disminuidas sus ganancias.

Casi al oscurecer fueron a casa, el primo obsequió a su compañero el monto de una boleada, cuando iban rumbo a casa.

Al transitar por el empedrado, subir y bajar banquetas y escalones, al pequeño le brincaba el corazón al escuchar el tintineo de las monedas dentro de su bolsa. Era la primera vez que traía dinero, sin que hubiera sido recibido gratuitamente en domingo, por su padre, tío o padrino.

Esta vez era diferente el ruido porque se desprendía de su gran fortuna, ganada con el esfuerzo de varias horas. Un sonido metálico más fuerte y alegre. A cada paso lo escuchaba con satisfacción y pensando en qué gastarlo. Consideró ahorrarlo para tener un recuerdo permanente de aquella jornada sabatina.

El lunes siguiente presumiría en la escuela lo que había ganado. Hasta llegó a creer que nadie tendría tanto dinero como él.

Sus ideas presentaban varios escenarios y poco a poco se fue dando cuenta de lo insuficiente de la cifra para hacer diversas cosas. Por lo pronto le informó a su mamá y se dio cuenta que sus hermanos le vieron con envidia…

La madre aconsejó gastarlo en algo útil y compartirlo con sus hermanos. De antemano sabía que su hijo llegaría cansado, pero muy contento al final del día.

No, no era envidia fraternal. Su percepción fue fallida cuando su hermano mayor, Francisco, le invitó a fabricar un cajón para cada uno.

El siguiente fin de semana se metieron a la casa de la abuela, donde había una bodega en la que almacenaban muchas cosas y con facilidad lograron obtener una reja de madera, cuyas tablas más gruesas servirían para elaborar la caja de bolear. Por el momento con una era suficiente para trabajar ambos.

Estaba próxima la feria en su rancho y habría ocasión propicia para emprender su infantil negocio. Era diferente hacerlo por diversión que por obligación. Ese fue, entre otras cosas, uno de los aprendizajes importantes en su vida.

Imagen Zacatecas – Huberto Meléndez Martínez