Por las mujeres

Ayer se conmemoró el Día Mundial de la Mujer. Si, pensando en las mujeres, delineáramos con un sismógrafo emocional el curso del año arbitrariamente terminado ayer, el trazo sería una línea tremendamente oscilante, con el acoso sexual y la violencia como la preocupación principal. Nuestros corazones saltaron violentamente mientras millones de mujeres marchaban en contra … Leer más

Ayer se conmemoró el Día Mundial de la Mujer.

Si, pensando en las mujeres, delineáramos con un sismógrafo emocional el curso del año arbitrariamente terminado ayer, el trazo sería una línea tremendamente oscilante, con el acoso sexual y la violencia como la preocupación principal.

Nuestros corazones saltaron violentamente mientras millones de mujeres marchaban en contra del ascenso de un depredador sexual a la Casa Blanca, y después el periodismo extraordinario expuso al monstruoso Harvey Weinstein y su especie, docenas de hombres, acosadores, en muchos ámbitos laborales.

¿Qué feminista no sentiría cierto descontento en este momento cultural mundialmente decisivo? La sangre llegó al río en un momento vigorizante que seguramente dejará huella histórica. Pero este año también ha tenido dolor. Las vergüenzas reveladas por el movimiento #MeToo se constituyeron en un clamor global que parchó un agujero de la inercia colectiva.

Envalentonados por este momento global, algunas víctimas, mujeres y algunos hombres, recurrieron a los medios de todo el mundo para exponer las acusaciones. Desde los Estados Unidos, pasando por México, las francesas -en uno y otro sentido- y hasta Australia.

Pero salir a exponer sus verdades y a ventilar los sentimientos no es una decisión que se pueda tomar a la ligera, algo que se ha hecho profundamente evidente cuando uno ve las caras de las víctimas. Lamentablemente, a veces, las acusaciones terminan en victorias pírricas para los demandantes: como ejemplo permítame describir la foto de la portada del periódico australiano de mayor circulación con la foto de Tessa Sullivan, la supuesta víctima de acoso sexual de un renombrado político, Robert Doyle, vistiendo un diminuto bikini debajo del titular que decía “Rob, soy muy afortunado de tenerte”. Golpe mediático, aunque él tuviera que dimitir y está sujeto a procedimientos legales. No es de extrañar entonces que, hasta ahora, muchas mujeres no se hayan presentado, aunque de todos modos en el último año esos números se han disparado y desde que estalló la historia de Weinstein, el mundo ha visto un aumento del 40 por ciento en las denuncias relacionadas con el acoso sexual.

Para responder adecuadamente, necesitamos mejores vías para denunciar el acoso. Esta responsabilidad no debe trasladarse a la pura disposición de recursos humanos para solamente garantizar el “cumplimiento”, sino que se convierta en un elemento central de la cultura social y se le comprenda como un problema de seguridad.

Necesitamos líderes para condenarlo, ciudadanos comunes para hablar de ello y a los que se hacen de la vista gorda para ser señalados.

En términos más generales, necesitamos una metamorfosis cultural para que este cambio se mantenga. Exigir un examen más profundo de las fuerzas estructurales de la sociedad que permiten a los perpetradores -la gran mayoría de ellos hombres- ejercer un mal entendido “derecho” grotesco y nunca suponer que el solo cambio generacional se ocupará de las actitudes denigrantes.

Muchos jóvenes tienen actitudes preocupantes hacia el género femenino: un tercio de ellos piensa que es difícil ser respetuoso con una mujer que usa ropa reveladora.

Acabemos con actitudes de igualdad de género que suceden sólo si las mujeres ocupan ya una posición directiva; exijamos que ante responsabilidades iguales se pague igual a hombres y mujeres, y combatamos actitudes en las que para conseguir igualdad todos, hombres y mujeres, tengamos que vestir igual.

Si es a cuenta gotas, la igualdad nunca alcanzará a las mujeres más vulnerables al acoso sexual: trabajadores agrícolas mal pagadas, las niñeras, las trabajadoras domésticas que friegan pisos por salarios mínimos. Hagamos que nuestros lugares de trabajo sean seguros, respaldemos las demandas de las mujeres que se sientan acosadas y posiblemente estemos sembrando una semilla. Este es el momento, precioso y precario.

Imagen Zacatecas – Antonio Sánchez González