Por el deseo  de cumplir

A don Sixto Vázquez Gamiño(+), por mostrar la capacidad humana para caminar grandes distancias. El sol empezó a cruzar el cenit, incidiendo en una mayor deshidratación del maestro, que estuvo sentado sobre una piedra a la sombra delgada y corta de uno de los postes de luz, alineado en la larga y polvosa terracería, pues … Leer más

A don Sixto Vázquez Gamiño(+), por mostrar la capacidad humana para caminar grandes distancias.

El sol empezó a cruzar el cenit, incidiendo en una mayor deshidratación del maestro, que estuvo sentado sobre una piedra a la sombra delgada y corta de uno de los postes de luz, alineado en la larga y polvosa terracería, pues los arbustos de gobernadora eran demasiado chaparros para producir sombreado alguno.

Con avidez había degustado un pan de los llamados conchas, con un refresco embotellado. El señor de la tienda las colocaba en una cubeta con agua del estanque, creyendo enfriarlas, de las calurosas tardes septembrinas. 

Había caminado a paso lento por más de seis horas, con la esperanza de ser alcanzado por algún vehículo y recibir un ride para llegar a la comunidad distante a cincuenta kilómetros de la estación ferroviaria.

Hasta tenía un poco de dolor en el cuello por el movimiento frecuente hacia atrás, deseando ver el polvo levantado por las llantas del camionetita de los cigarros, la camioneta que vendía verduras, el camioncito de tarima mercando muebles en cómodos abonos, el vehículo de redilas ganaderas comerciando cabritos de la región para llevarlos hasta las calles de Monterrey, el vehículo distribuidor de pan de paquete o algún vecino de la región transportando víveres. Ninguno le había alcanzado a pesar de ser sábado, día de mayor tráfico debido a las ocupaciones comerciales.

El día anterior había estado en la capital del estado para entregar los documentos de la inscripción escolar.
También había viajado de noche en la incomodidad del tren nocturno con poca iluminación, penetrante el olor de los sanitarios, suciedad en los pasillos y respaldos de los asientos.

Logró entregar todo en regla, completos los expedientes de sus estudiantes. Era importante la visita a la oficina de certificación de estudios, pues este año sus alumnos recibirían a tiempo los certificados.

Bajó del tren a las 5 de la mañana y con frío se fue a esperar el ride a la terracería. Empezó a caminar para entrar en calor. A la legua y media encontró un crucero y reposó tentando quizá a su buena suerte.
Resuelto prosiguió su marcha conforme se levantaba el sol.

La disyuntiva en ese momento era seguir caminando, esperando el aventón o ir a campo traviesa los casi 30 kilómetros restantes. Se decidió por lo segundo, opción difícil, pero segura.

Los ancianos de la comunidad contaron sobre la existencia de una brecha en línea recta trazada a principios de siglo XX por los hacendados y decidió buscarla. Alguna vez hasta vio parte de ella desde el picacho del cerro más próximo. No la encontró. Su orientación instintiva ayudó a llegar a casa cansadísimo, al oscurecer: el calzado deshecho, roídas sus ropas, empolvado, espinado de pies, brazos y piernas.

Quiso llegar a tiempo para preparar sus clases, pues tenía comprobado el rendimiento de la semana cuando por la tarde-noche de los domingos, realizaba esa importante tarea académica. El deber cumplido motiva, reconforta y engrandece.

Imagen Zacatecas – Huberto Meléndez Martínez




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