?Pensar al interior del barullo 

El acto centelleante del pensar requiere un entorno calmo y silencioso para que el mundo irrumpa en la mente con sus múltiples modos de ser. Parece imposible reflexionar con hondura discurriendo a contracorriente de las olas de ruido y estruendo. Algunos podrían refutar esta idea, argumentando que el bullicio es parte del existir y los … Leer más

El acto centelleante del pensar requiere un entorno calmo y silencioso para que el mundo irrumpa en la mente con sus múltiples modos de ser. Parece imposible reflexionar con hondura discurriendo a contracorriente de las olas de ruido y estruendo. Algunos podrían refutar esta idea, argumentando que el bullicio es parte del existir y los sentidos son los receptores  mediante los cuales aprehendemos magnitudes y cualidades de la realidad que también somos. Imposible sería tirar de los propios cabellos para salir de la paradoja.
 
No obstante, habría que resistirse a consentir el dato inmediato que certifica el supuesto carácter fundacional del hombre ruidoso. Me parece imposible concebir antropológicamente que nuestros primitivos ancestros hubiesen nacido con la impronta espiritual de ser escandalosos. Acechados siempre por criaturas feroces y tribus agresivas, supongo que los antiguos iban por la vida transitando con precavido sigilo.
 
El batir extático de los tambores era más una excepción que una conducta constante, formaba parte de los rituales místicos y las algarabías festivas. La reiteración de patrones rítmicos humildes, pero potentes para el cuerpo, acaso producían aquellos estados de disolución individual tan necesarios para abismarse en el torrente de la unidad primordial: ser uno con el cosmos.
 
A esto no podría denominársele ruido, mucho menos asemejarlo a los sonidos atronadores que se producen en las urbes modernas. Hoy la tecnología no amplifica la extraordinaria polifonía originada por el agudeza humana, por el contrario, expande la estulta baraúnda de los desvencijados camiones, la adicción de los inanes y furibundos amantes del motor y el escape atronadores; disemina las insulsas tonadillas musicales de los comerciantes que buscan atraer a bocinazo limpio a los consumidores, así como los gritos desgarradores de las tribus salerosas que aman el compás machacón de los malumas y reguetoneros del momento.
 
Claro que el fin de un año merece un festejo, pero exige también una meditación serena de lo hecho, y para ello necesitamos un poquito de silencio.

Imagen Zacatecas – Miguel G. Ochoa Santos




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