?¿Divertida la mina?

A Francisco,  mi hermano mayor, por sus enseñanzas  Con la alegría característica de la infancia, algún fin de semana o en periodos vacacionales acompañaba a su papá a la mina, donde había grandes montículos de tierra, enormes rocas, barrancos precipitados, tumultos de leña, crisoles, máquinas, patios de maniobras, rampas para carga y descarga, recipientes de … Leer más

A Francisco, 
mi hermano mayor, por sus enseñanzas 

Con la alegría característica de la infancia, algún fin de semana o en periodos vacacionales acompañaba a su papá a la mina, donde había grandes montículos de tierra, enormes rocas, barrancos precipitados, tumultos de leña, crisoles, máquinas, patios de maniobras, rampas para carga y descarga, recipientes de combustible y agua, cavernas, pozos, arroyos, en fin, miles de escondites para divertirse.

Ver diversos tipos de rocas, apreciar los hornos para fundir el metal perfectamente formados, con la presencia del fundidor en turno, quien se encargaba de atizar con leña, para mantener la temperatura necesaria a la fusión del mineral; admirar las grandes máquinas que emparejaban caminos y terreros, conocer el proceso de aprovechamiento del mineral, con las quebradoras de piedra para reducir a trozos de media pulgada; ver la acción del malacate para extraer las rocas desde profundidades abismales, era agradable.

Era interesante conocer las medidas utilizadas en el trabajo como libras, grados centígrados, unidades de medición inglesas convertidas al sistema decimal, grados de inclinación del terreno, revoluciones por minuto en los motores, porcentajes de metal existente en las exploraciones, así como conocer los compresores de aire y el bombeo de agua para el funcionamiento de las máquinas.

Comprender el proceso de fusión del mineral y guardar en la memoria el olor de la roca elevada a temperaturas del rojo blanco, similar al aroma que despiden las ladrilleras en lugares ex profeso, invitaba a aprender el oficio de minero.

Acceder por la caverna en la entrada de la mina, cual boca en bostezo eterno, hacía imaginar el encuentro con El Jergas (personaje mítico de las minas) o los monstruos de la penumbra, aumentaba la adrenalina por conocer el interior de la tierra. Sorprendente, la estimulación de los sentidos al percibir la incursión a la oscuridad total y escuchar la voz o los ruidos de los pasos multiplicado el volumen por las grandes grutas haciendo eco. 

Escuchar el flamazo del encendido de las lámparas de carburo, y percibir, en la natural penumbra de esa luz la veta del metal y de otros materiales resultaba tan novedoso, como descender a otro nivel del subsuelo utilizando una cuerda o escalando pendientes, cual cirquero neófito, por un tronco de madera, labrado con muescas a punta de golpe de hacha, a manera de escalones, sintiendo la pérdida del equilibrio y abrazarse al accidentado poste por la carencia de pasamanos, era una experiencia inolvidable.

Tomar la barra y/o el martillo para hacer un barreno. Conocer la colocación del explosivo, fulminante y mecha; envolver la cara con un pañuelo, a manera de cubre boca, evitando la aspiración de polvo y gases venenosos; salir de las cavernas, cubierto de polvo y cansado hasta el último hueso por el esfuerzo físico, despertaba impulsos insospechados de explorador.

Todo parecía divertido, pero era preferible ir a la escuela, invertir el tiempo en estudiar, aspirando a trabajar en un futuro próximo, en mejores condiciones laborales.

Imagen Zacatecas – Huberto Meléndez Martínez