Se encontraron en la esquina de la calle, como habían acordado en el transcurso de la semana. Ese sábado, Toño se apresuró a cumplir con las tareas ordinarias en la tienda de sus padres, para salir temprano y reunirse con sus vecinos, acción poco común y difícil de conseguir, dadas las responsabilidades asignadas para atender … Leer más
Se encontraron en la esquina de la calle, como habían acordado en el transcurso de la semana. Ese sábado, Toño se apresuró a cumplir con las tareas ordinarias en la tienda de sus padres, para salir temprano y reunirse con sus vecinos, acción poco común y difícil de conseguir, dadas las responsabilidades asignadas para atender el negocio de la familia.
-¿En dónde está Enrique?, preguntó a sus amigos.
-No lo dejaron venir, lo pusieron a acarrear agua. Vámonos nosotros solos, dijo Silvestre.
-Pero es el que sabe nadar, ¿Cómo le vamos a hacer?
En aquella conversación el primo pequeño estaba enterándose del plan para ir a una alberca ubicada a unos tres kilómetros, entre el camino escarpado de la sierra. Sabían que era una cisterna de almacenamiento de agua, para regar las huertas de aquella región. Conocían el riesgo, pues se decía que algunos muchachos se habían ahogado años atrás.
Ninguno podía conseguir permiso de sus papás, pero la fuerza de la aventura y la diversión les daba valor para asumir las consecuencias, al ser descubiertos recibirían sendos cintarazos en sentaderas y espalda, como en otras ocasiones había sucedido. Julián decía tener más aguante, soportaba el llanto apretando los dientes y mordiendo la manga de la camisa.
Para conseguir su propósito faltaba un detalle: no podían llevar al primo, era demasiado pequeño y pronto notarían su ausencia. El niño tampoco quería ir, le asustaba lo que se decía de quienes nadaban en esa pila.
-¿Quieres un peso?, dijo el mayor ofreciendo una moneda blanca, grandota, como las que guardaba su mamá en el monedero, según había visto, cuando la acompañaba al mercado.
La tomó, la puso en la bolsa sintiéndose rico.
-Pero no les vayas a decir que nos fuimos a nadar. Sentenció el otro.
Se fueron por otra calle y el pequeño se dirigió a su casa. Al pasar por la tienda de doña Tila quiso entrar a gastar su moneda. Imaginó el dulce de leche en rollo de fresa que tanto le gustaba. No, pensó la señora comentaría con su madre el suceso. ¿Cómo explicaría la procedencia de golosina y dinero?
Además podría ser descubierto por sus hermanos, pues era difícil pasar desapercibido habiendo pocos lugares dónde esconderse dentro de la casa. Posiblemente su mamá llegaría a enterarse. No sabía cómo percibía todo lo que hacían dentro y fuera del hogar. Llegó a pensar que tenía el don de la adivinación.
Quiso ir al mercado a comprar un mango pero le sobraría tanto, que tendría problema para guardar la feria… ¿y si se iba al cine?, no, imposible ir solo. ¿Qué hacer con ese capital?
¿Era tan difícil tener tanto dinero?
Luego de meditarlo decidió hacer lo que había visto recientemente en una película con una perla. Subió al techo de su casa, cerró los ojos, la aventó lo más lejos que pudo para deshacerse de la tentación.
Imagen Zacatecas – Huberto Meléndez Martínez