De la tierra al cielo

Hace unos días escuché de labios de una niña algo que me estremeció y me dejó pensativo. “No quiero crecer, no quiero ser adulta”, dijo en un tono entre lamento, queja, incertidumbre y miedo. Con frecuencia asistimos a estos escenarios. La vida se presenta difícil para muchas personas sin respetar edades, ni condición social. Vivir … Leer más

Hace unos días escuché de labios de una niña algo que me estremeció y me dejó pensativo. “No quiero crecer, no quiero ser adulta”, dijo en un tono entre lamento, queja, incertidumbre y miedo. Con frecuencia asistimos a estos escenarios. La vida se presenta difícil para muchas personas sin respetar edades, ni condición social. Vivir sin perspectivas, sin sentido, con miedo, es un agobio que desanima y pone una loza muy pesada sobre las espaldas del peregrino. Volvemos a las preguntas difíciles de la vida: ¿Vale la pena seguir viviendo? ¿Cómo salir de estos laberintos? 
El tiempo de Pascua ilumina las situaciones oscuras que hay en nuestros sepulcros y puede -si permitimos que la fe pascual trabaje- ayudarnos a quitar las lozas que amenazan con asfixiarnos.  Al celebrar la Ascensión del Señor tenemos la gran oportunidad de descubrir el verdadero alcance de nuestra fe pascual y de activar la esperanza que todo lo dinamiza. 
En la Palabra del día de la Ascensión, Cristo aparece triunfante y glorioso. El acontecimiento está lleno de símbolos de victoria: la nube, las alturas, el ascender… Pero todo esto después de haber asumido con valentía y generosidad la misión que el Padre le había confiado. Sí, el Cristo de Belén que ha asumido nuestro dolor y nuestra muerte, que comprende nuestro caminar, hoy es exaltado, elevado a los cielos y nos muestra el camino del triunfo. 
Mateo sitúa el acontecimiento en Galilea, lugar de encrucijada de los caminos. Jesús retorna al Padre después de haber recorrido con los hombres las encrucijadas de la vida.    La  Ascensión del Señor despierta en nosotros la esperanza del cielo pisando fuertemente este suelo. Cristo hoy nos manifiesta la belleza y grandiosidad de ese cielo y nos encomienda la misión de construirlo ya desde ahora. El “yo estaré con ustedes todos los días”, nos da inmensa confianza. 
“Le pido a Dios que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza a la que han sido llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos”, dice Pablo a los creyentes. Todo un proyecto de vida. No podemos seguir vagando sin sentido. Cada persona tiene una misión hermosa, cada uno de nosotros hemos sido llamados a participar de la rica herencia de Dios.
Algunos ‘vacilaron’ en aquel tiempo y muchos en el nuestro. Jesús se va sin que el proceso de la fe de los discípulos esté terminado. Sorprende su  confianza en los suyos y en la misión que les encomienda: hacer nuevos discípulos a los que todavía no tienen fuerza, vacilan y hacen preguntas pensando en lo terrenal. Es el inicio del tiempo de la Iglesia, del tiempo de nosotros. Tenemos que sentir la urgencia e ir a donde los hombres se juegan el sentido del presente y del futuro. ¿Nos apuntamos? ¿Nos quedamos mirando al cielo? La compañía de Dios es el hombre y la compañía del hombre es Dios, hasta el final de los tiempos.
Los abrazo y los bendigo.

Imagen Zacatecas – Sigifredo Noriega Barceló