Con el corazón del Hijo

“Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo…” Juan 2, 13-25 No nos cabe en la cabeza (ni en el corazón) ver a Jesús enojado/indignado. Así apareció en el Evangelio del domingo pasado. ¿Qué ocasionó que “sacaran el tapón” al dulce y pacífico Jesús? Me resisto aceptar el hecho como una reacción … Leer más

“Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo…” Juan 2, 13-25

No nos cabe en la cabeza (ni en el corazón) ver a Jesús enojado/indignado. Así apareció en el Evangelio del domingo pasado. ¿Qué ocasionó que “sacaran el tapón” al dulce y pacífico Jesús? Me resisto aceptar el hecho como una reacción natural ante un desorden. Tampoco que sea un simbolismo fácil. San Juan habla, con frecuencia, de los signos que Jesús hace y aprovecha el momento para dar una catequesis. Habla de un hecho-signo y de su significado.

Un signo expresa un hecho real y, al mismo tiempo, anuncia su cumplimiento en un futuro no muy lejano. En esta ocasión el anuncio se cumplirá en su persona, en su muerte, sepultura y resurrección.    

Más allá del hecho y su significado, ¿qué enseñanza aplica para los cristianos que vivimos en la tercera semana de la Cuaresma 2018?

¿Los latigazos están dirigidos también a nosotros? ¿El templo de nuestra persona necesita purificación? ¿Los sacrificios y prácticas cuaresmales son buena inversión para la vida?

¿Qué tipo de celo nos devora? ¿Hacemos de los templos y alrededores un tianguis donde lo que menos importa es el templo? Si Cuaresma es tiempo de esperanza, necesita de la conversión del corazón de quienes la viven. 

Las prácticas cuaresmales valen poco si no logran perforar el santuario secreto del corazón y ayudan a hacer las cosas “de todo corazón”; esto  es mucho más que hacerlas por costumbre o tradición.

Cuando lo que realizamos no es ocasión y lugar de encuentro con Dios quiere decir que todavía no hemos entrado en el corazón de las cosas hechas de corazón. Jesús le dice a la samaritana que ya no habrá necesidad de templos construidos de piedra porque el templo será el propio corazón.

Pero es preciso que Dios haga de nuestro corazón su templo; sólo así llegaremos a ser adoradores en espíritu y en verdad. Cuando no es así, nos convertimos en simples vendedores de ilusión, simuladores de la verdad del templo. 

Por eso el enojo y la indignación de Jesús en la escena que contemplamos. No se trata de violencia fácil, ni de ira barata. Jesús se vuelve intransigente ante todo lo que pueda dañar y pervertir la relación con su Padre. Así es el corazón del Hijo, el celo de quien ama en espíritu y en verdad; no aguanta que el templo se convierta en un pretexto para hacer negocios/simulaciones a costa de su Padre. 

Ojalá que en este tiempo no perdamos la capacidad de indignación ante todo lo que nos descentra de Dios y de sus hijos. Lo que estamos haciendo en Cuaresma vale poco si no hay conversión del corazón.

Cuando nuestros ayunos, oraciones y limosnas no nos llevan al encuentro con Dios y los hermanos nos quedamos en la simulación exterior y convertimos nuestros templos en cueva de ladrones. Entonces, ¡cuidado con los latigazos!   

No olvidemos que el amor misericordioso del Padre a sus hijos todo lo puede, hasta corregirnos.
Con mi bendición y afecto cuaresmal.

*Obispo de/en Zacatecas

Imagen Zacatecas – Sigifredo Noriega Barceló