La visión de un viajero

Carlos López Gámez.
Carlos López Gámez.

Por las referencias que se han encontrado y que se relacionan al Fresnillo del ayer, y al leerlas con interés y detenimiento, nos transportamos en la imaginaria hasta el año de 1824. Una desgarradora descripción nos ha permitido pensar cómo era El Mineral en la primera década del siglo XIX. Es parte de una misiva … Leer más

Por las referencias que se han encontrado y que se relacionan al Fresnillo del ayer, y al leerlas con interés y detenimiento, nos transportamos en la imaginaria hasta el año de 1824. Una desgarradora descripción nos ha permitido pensar cómo era El Mineral en la primera década del siglo XIX. Es parte de una misiva firmada por José Agustín Escudero.

Fueron otros tiempos indudablemente. Tres años después de haberse consumado la Independencia de esta nación.
Para adentrarnos en el paso, las primeras líneas de la misiva se dirigen a un amigo del autor. Textualmente expresa “Mi estimado amigo: Yo había pasado otras veces por este lugar, pero ¡que diferente lo he hallado en todas ellas!”, esta carta fue escrita el día 8 de julio de 1842.

Las subsecuentes líneas narran lo que el viajero a observó la primera vez que estuvo en Fresnillo en el año de 1824.
Enseguida describe su visión: “En ese tiempo no era más que un vasto hacinamiento de ruinas y de escombros; desiertas sus calles, sus casas viejas y deterioradas, sus paredes desnudas y erizadas de agujeros, mostraban por todas partes que la miseria y desolación habían fijado su permanencia en esta viuda ciudad hacía mucho tiempo”.

“La soledad de sus plazas, el tizne del humo que se observaba sobre los marcos de las puertas y ventanas de las pocas habitaciones que quedaban de pie y se habían convertido en sucios y miserables hogares de unas cuantas gentes de la clase ínfima, hacia tanto más horroroso el aspecto de esta ciudad, cuanto era fama haberse convertido, y por resultas de los acontecimientos de la guerra civil que había desolado la mayor parte de la provincia, en guarida de ladrones y facinerosos de toda especie, que infestaban los caminos desde Sombrerete hasta Zacatecas”.

Al seguir refiriéndose a los bandoleros se relatan sus excursiones que con frecuencia realizaban en el extenso y espeso bosque de palmas que cubren la mayor parte del terreno que intermedia hasta las inmediaciones de aquella ciudad y el zoquite que hacen la garganta de todas las rutas que van para México.

Se anota que no pasa día sin que los transeúntes tuviesen noticia de las más escandalosas fechorías de aquellos malvados. Eran famosos los parajes del Alamito, Arroyo de en medio, la Calera, la Palma de gallina y otras, que tenían también sus nombres y que por su gigantesco tamaño servían como torres o atalayas para espiar y sorprender a los caminantes y para atacarlos con ventaja y aun impunemente.

Sin abundar en más pormenores que hablan de las gavillas de facinerosos y de la desolada descripción de la ciudad, más delante se habla del Cerro de Proaño.

Se refiere a la fama adquirida por sus antiguas y ricas minas, de las cuales se resalta que en 1824 se les observaba solas y abandonadas, no presentan a la vista, sino los esqueletos de los malacates y algunos restos de las viejas máquinas que sirvieron para el desagüe de las minas, acabándose de podrir y desbaratar con las injurias de las estaciones. Este era el Fresnillo que se había visto en ese año.

En la extensa carta que consta de siete hojas, se relata el desesperante y angustioso abandono de esta ciudad hace 196 años. De la cual, como ocurre en el siglo XXI, se habla más de las incursiones del irrefrenable crimen organizado que de otras cosas.

Por ejemplo en 1824 las noticias se referían a los innumerables robos, asesinatos y delitos de toda especie que daban testimonio las innumerables cruces que en todas partes y por todas direcciones descubrir al ojo espantado y vigilante de los que tenían por desgracia de pasar por esta región.

Su historia, en la que figuran víctimas de la rapacidad y protervia, así la delicada virgen, como la respetable matrona, el venerable anciano y aun el santo sacerdote, aún no se ha olvidado de la memoria de nadie.

Pero no es mi ánimo copiar aquí ni una sola de sus detestables páginas. Volvamos a contemplar la ciudad de que iba hablando.

Árida y desierta, por la absoluta falta de arroyos y fuentes naturales, no ofrecía otro verdor que el de unas tristes magueyeras, que se veían en las cercanías y los residuos de algunas huertas, que en otra época anterior plantaron y cultivaron con mil esfuerzos, las personas de comodidades que había habido en Fresnillo.

En otra ocasión ampliaremos otras observaciones del viajero y que narran el renacimiento del Fresnillo a partir de 1830, cuya descripción usted la podrá aquilatar o analizar puesto que nos trae a la memoria que cuando coinciden objetivos colectivos todo puede cambiar.




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