En estos tiempos, cada caída en desgracia de un exgobernador arrastra a decenas de familias que hasta hace meses gozaban de influencia en sus respectivos estados. La prensa suele concentrar la mirada en el personaje principal sin reportar la suerte que corren familiares, amigos, empresarios conectados por los negocios y miembros del equipo político marcado … Leer más
En estos tiempos, cada caída en desgracia de un exgobernador arrastra a decenas de familias que hasta hace meses gozaban de influencia en sus respectivos estados.
La prensa suele concentrar la mirada en el personaje principal sin reportar la suerte que corren familiares, amigos, empresarios conectados por los negocios y miembros del equipo político marcado por la ignominia.
Las esposas e hijos de Granier, Padrés, Javier Duarte, César Duarte y Yarrington figuran a la cabeza de élites provincianas ahora refugiadas en el disimulo. En vías de desenlace están los procesos de inculpación de Rodrigo Medina y Roberto Borge, el primero defendiéndose con relativo éxito en tribunales y el segundo en espera de la andanada judicial prefigurada desde la campaña electoral, que hizo sucesor al correligionario que vetó aún defendiéndose boca arriba. Todos están políticamente muertos y junto con ellos todos los irreversiblemente asociados a sus respectivas gestiones marcadas por la corrupción extrema, el número de damnificados suele ser mucho más amplio que el que consta en expedientes judiciales.
Muchos analistas buscan explicar lo que produce la hecatombe de imagen nacional e internacional de nuestra clase gobernante. Prácticamente no hay estado de la República en donde la ciudadanía no esté convencida de que los ex gobernantes se enriquecieron y que los que no están denunciados por sus sucesores es porque son sus encubridores por razones partidistas o personales.
De manera inercial, una especie de control de daños concentra el desprecio social en unos cuantos villanos estado por estado, dejando fuera a los que desde el exterior de las estructuras burocráticas son piezas del engranaje en su condición de proveedores , contratistas, comunicadores y no pocas veces, políticos opositores partidistas o “de la sociedad civil”.
La escuela de Atlacomulco
Para llegar a tal situación de degradación hubo un proceso de aculturación prolongado que se condensa en dos expresiones adjudicadas a Carlos Hank: la primera establece que “político pobre, pobre político”, y su puesta en práctica dio pauta a un conjunto de comportamientos fácilmente identificables que desembocan en corrupción.
Ese modo de pensar hizo a muchos practicantes de la política gastar lo que no tienen para no parecer políticos pobres, dejando atrás el barrio popular o clase mediero por la zona más cara, el auto compacto por el vehículo apantallante, la ropa acostumbrada por la de marca famosa, las fondas de las querencias por los restaurantes caros y un sinfín de señales de que no se es político pobre. No son pocos que se afrentan de los parientes humildes y de “la raza” con la que se creció.
El problema es que la mayoría no nació rico ni se sacó la lotería. La búsqueda de dinero inspiró a esta clase de políticos a soluciones “creativas” que van desde vender candidaturas cuando están en condición de influir hasta quedarse con una parte del salario de los que ocupan puestos “gracias a que yo te apoyé”. Varios diputados y regidores de los últimos años puedan dar testimonio a lo largo y ancho del país.
Otra idea rectora del pensamiento político de la clase gobernante en fuga e igualmente procedente de Atlacomulco establece que “en política lo que cuesta dinero sale barato”, tan refinado fundamento filosófico dio pie a que el soborno se tome como herramienta de solución de conflictos, dando pie al “opositor” que sabe cuándo apretar para que su voto en la cámara valga más, al “líder” de protestas sociales genuinas, pero manipulables por quienes conocen la puerta de atrás donde se cocinan loa arreglos. Aparecen los precandidatos que hacen ruido para vender en el momento oportuno su “declinación” sin faltar los que desde los medios sirven a quien da dinero, ya sea alabando al “patrón” o torpedeando al insumiso.
Derrumbe anticipable
La corrupción en la política no puede ser personal, los otros, de dentro y de fuera son indispensables y su colaboración nunca es gratuita, esta circunstancia torna más pesada la carga de la corrupción y complica más su erradicación porque en la misma participan desde subalternos indispensables hasta prominentes ciudadanos “ejemplares”.
Por pensar que “político pobre es pobre político” y que “en política lo que cuesta dinero sale barato”, los corruptos no se consideran corruptos, se consideran “listos”. Las detenciones de Yarrington y Javier Duarte y las muy probables de Eugenio Hernández y de César Duarte no se explican sin la presión ciudadana local e internacional a la que está sometido Peña Nieto y a la urgencia de hacer ganar a Alfredo del Mazo en el estado de México. Nos encontramos el jueves en el Recreo.
Imagen Zacatecas – J. Luis Medina Lizalde