Un abrazo de llanto y sangre

En un día gris, del gélido diciembre, cuando el frío arreciaba y se combinaba con la lluvia, dos mujeres se abrazaron llorando.  A lo lejos vi la escena, me conmovió, supuse que doña Agripina y la otra vecina, de la que no sé ni su nombre, porque nunca saluda y siempre anda con la cabeza abajo, … Leer más

En un día gris, del gélido diciembre, cuando el frío arreciaba y se combinaba con la lluvia, dos mujeres se abrazaron llorando. 

A lo lejos vi la escena, me conmovió, supuse que doña Agripina y la otra vecina, de la que no sé ni su nombre, porque nunca saluda y siempre anda con la cabeza abajo, eran parientes y estarían de luto. 

Las dos son mujeres sencillas, humildes, vestidas a la vieja usanza, con mallas gruesas y faldas largas, ambas, también son habitantes de una colonia popular. 

El dolor que desgarraba la mirada sobre todo de doña Agripina era, supe horas después, porque ese día se cumplían cinco meses de la muerte o, debo decir asesinato de su joven hijo en una céntrica calle.

Sin embargo, esa mujer que consolaba a doña Agripina también cargaba su propio dolor, ya que a su hijo, a quién solo conocí como La Coneja y a quien recordaba porque cada fin de semana tomaba caguamas con sus amigos escuchando música frente a mí casa, se encontraba huyendo.

La razón fue que luego de que el hijo de doña Agripina fuera asesinado, a él también le enviaron “una sentencia de muerte”.

 

Vivir en el exilio

Fue cuando até cabos porque desde principios de noviembre ya no había serenatas nocturnas con reguetón ni música de narcos, que yo tontamente pensé que se habían cancelado porque el muchacho había ido a jurar.

Pero otra vez mi conclusión estaba errada y la razón era siniestra: en los grupos de compra-venta de Facebook alguien había publicado la foto de La Coneja advirtiéndole que él sería el próximo en ser asesinado. 

Su familia, que se ha caracterizado por ser muy unida, decidió sacarlo del municipio para salvar su vida.

Y doña Agripina, le decía a la madre de La Coneja que se animara, pues ella tenía aún a su hijo con vida y que podía hablar con él y saber que estaba bien. 

Mientras que ella para no extrañar a su hijo tenía que ir al panteón. 

A pesar de su dolor, doña Agripina animaba a su vecina a no caer y a valorar lo que tenía. 

 

Ríos de sangre

Al enterarme de la conversación, no hice más que recriminarme por ser tan mala vecina y egoísta, por mi falta de empatía hacía ella y su familia porque las fiestas de fin de semana de su hijo no me dejaban dormir. 

Me puse también a reflexionar sobre cómo la violencia estructural afecta de una manera que pocas veces se puede describir y cada día nos hace una sociedad más individualista.

Dudo mucho que en las cifras que miden el nivel de violencia se pueda incluir el dolor de las madres, padres, hermanos, amigos como el que pasan estas mujeres y miles más desde que de manera irracional Felipe Calderón declaró “la guerra contra el narco” que ha evolucionado y se ha convertido en un diario acontecer de sangre y muerte.

Los parámetros, solo son eso… datos que cosifican estos hechos y no dan cuenta de la realidad que miles de mexicanos y zacatecanos vivimos. 

Esta historia que le cuento ocurrió en un municipio de Zacatecas, que en las últimas encuestas sobre percepción de seguridad ha aparecido en los primeros lugares.

Imagen Zacatecas – Lilith Rivera