Terror en la cuadra

A más de una década, doña Bertha y Anita aún recuerdan esa noche en la que supieron que la vida cotidiana tal y como la conocían cambiaría. Madre e hija se preparaban para dormir, veían el noticiero estelar de un canal de televisión abierta, cuando de pronto escucharon que varios vehículos frenaban al mismo tiempo … Leer más

A más de una década, doña Bertha y Anita aún recuerdan esa noche en la que supieron que la vida cotidiana tal y como la conocían cambiaría.

Madre e hija se preparaban para dormir, veían el noticiero estelar de un canal de televisión abierta, cuando de pronto escucharon que varios vehículos frenaban al mismo tiempo cerca de su casa.

Curiosas por saber qué pasaba se asomaron por la ventana y vieron cómo de los lujosos vehículos descendieron hombres armados hasta los dientes, pues portaban armas largas, granadas y armas cortas.

Estaban vestidos con uniformes tácticos de color negro, con pasamontañas y chalecos antibalas con una letra blanca en el centro que contrastaba con toda la indumentaria.

También fueron testigos de cómo entre dos de ellos llevaban un cilindro de metal, conocido como ariete para derribar puertas y se dirigieron a la casa de una de sus vecinas.

Las mujeres nunca habían visto algo así, por lo que apagaron las luces de su vivienda y se alejaron de la ventana.

Terrible equivocación

Sin embargo, el horror se apoderó de la cuadra, pues escucharon cómo a punta de golpes derribaron la puerta con el ariete.

Lo que siguió fueron los gritos de la familia que comenzaron a hacer eco en cada casa. 

Anita y doña Bertha, al igual que los demás vecinos oyeron como, desesperada, una familia gritaba que no sabían nada de lo que esos sujetos les preguntaban.

Podían sentir el terror y el miedo que sus vecinos estaban pasando; un día después la misma familia les narró cómo los sujetos, al ingresar a su vivienda con lujo de violencia, los lastimaron sin contemplación alguna, los arrojaron al suelo y aplastaron sus rostros con las botas tácticas, dejando caer todo el peso de su cuerpo en ellas.

La familia no sabe cuánto duró el interrogatorio, para ellos parecía eterno ese infierno al que por equivocación fueron sometidos. 

Tampoco supieron quiénes eran esos hombres vestidos como agentes de inteligencia de las películas o por qué estaban en medio de su hogar, con armas y haciendo uso excesivo  de violencia.

Pero cuando pensaron que todo estaba perdido, los hombres encapuchados se dieron cuenta de su error y derribaron la puerta contigua.

Sin piedad

En esa casita pequeña había nuevos vecinos, todos eran jóvenes y tenían poco tiempo de haber llegado a la colonia, tal vez menos de una semana y socializaban muy poco, eran hombres a los que no les interesaba establecer nexos con los habitantes de la calle y debido a su acento, era seguro que no eran, al menos, de esa zona del estado.

Movida por la incertidumbre y la curiosidad, al ver que los gritos de la familia habían cesado, Anita se asomó nuevamente a la ventana y vio cómo los encapuchados llevaban amarrados a dos muchachos, los dos iban en ropa interior y descalzos y mientras los conducían a las camionetas eran sometidos a golpes de manera salvaje, además la cara la llevaban tapada.

Nunca más supieron nada de los muchachos que se llevaron de esa casa, después con los hechos que siguieron en todo el estado les quedó claro quiénes habían sido los que irrumpieron a su hogar de manera tan violenta.

Por seguridad, los nombres de las mujeres que fueron testigos de esta historia fueron cambiados.

Imagen Zacatecas – Lilith Rivera