El hijo que el crimen me arrebató

Don José, tiene poco más de 60 años, pero sus padecimientos y dolencias reflejan una vida completa trabajando en el campo, mantiene a su esposa, a una hija, así como a sus tres nietos y a su nuera, pues desde hace 9 meses no sabe nada de su hijo.  Las preocupaciones y sus malestares aumentan, … Leer más

Don José, tiene poco más de 60 años, pero sus padecimientos y dolencias reflejan una vida completa trabajando en el campo, mantiene a su esposa, a una hija, así como a sus tres nietos y a su nuera, pues desde hace 9 meses no sabe nada de su hijo. 

Las preocupaciones y sus malestares aumentan, pues con un sueldo de mil 200 pesos semanales no sabe cómo hacer frente a las nuevas responsabilidades que la recién nacida trae consigo, a la tristeza de que ella nunca conocerá a su padre y a que su hijo desapareció sin saber que otra vez sería papá.

Sus ojos gritan la preocupación que su boca calla y no puede soportar el nudo en la garganta cuando piensa en el destino de su hijo. La única certeza que tiene es que “lo mataron”. Se lamenta y se cuestiona no haber sido más duro con su hijo menor cuando notó cambios en su estilo de vida. 

Don José se dedica a cuidar un rancho, reconoce que nunca aprendió a leer o a escribir, pues desde su nacimiento las carencias fueron parte de su vida, pero aprendió las nobles labores del campo. 

Después se casó y tuvo cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres; del último de ellos es del que no sabe nada y todos crecieron en un hogar humilde, pero en el que nunca les faltó nada de comer. 

Hace poco más de un año, su hijo Paco llegó al rancho donde trabaja su padre en una motocicleta nueva, asustado le preguntó que de dónde había obtenido el dinero para comprarla, pues no tenía más trabajo que el que ocasionalmente le proporcionaba el patrón en el mismo rancho. 

“El muchacho me envolvió o me quise hacer tonto, me dijo que le había ayudado a un amigo a vender unas cosas y que en las tardes trabajaba haciendo otras tareas”, recordó.

Siempre supo que el joven mentía, pero prefirió creerle porque nunca pensó en los pasos en que andaba. 

Esa fue la primera de muchas compras, que por su precaria situación económica eran difíciles de justificar, después llegaba con cosas innecesarias y comenzó a consumir alcohol de “una marca cara, de esas de Buchanan’s, que dicen mucho las canciones”.

Ropa, zapatos, también comenzaron a llegar en abundancia y siempre quería invitar la cena y comprar, siempre estaba gastando dinero. 

Don José veía a su hijo con duda, pues sabía que en la cabecera municipal cercana a donde él trabaja hay pocos empleos y los que existen están mal pagados, al igual que en los pueblos vecinos. 

Preocupado por él, siempre le exigió que le dijera en qué trabajaba o de dónde sacaba el dinero, pero Paco siempre rehusó decir algo, evadía las preguntas o se limitaba a decir que andaba bien, que no se preocupara. 

Nunca regresó

Sin embargo, ese ritmo de vida no le duró mucho, pues un día por la tarde salió y ya no volvió. En casa le esperan tres niñitas de seis y cuatro años, además de la recién nacida, sus padres y su esposa, quien desde su desaparición vive con sus padres.  

El cambio en la forma de ser en la niña más grande es notorio, pues dejó de lado su alegría infantil para dar paso a una mirada triste y su rostro siempre mirando a la tierra, al principio preguntaba todos los días por su papá y cuándo llegaría, pero hoy sabe que ya no lo verá y eso la volvió taciturna. 

Don José asegura no saber en qué estaba metido su hijo, ni por qué “se lo llevaron”, pero de algo está seguro “no andaba bien”. 

A veces, confiesa, que no puede dormir pensando en la muerte que habrá tenido su hijo, en la vida que le espera a sus niñas y su esposa, en que nunca las verá crecer y temiendo que con el tiempo su recuerdo se borre de ellas. 

También reconoce que no puede ser egoísta y desea que su nuera conozca a alguien para que rehaga su vida, pues aún es muy joven, pero le da pavor pensar que las niñas puedan ser lastimadas. 

“Mientras yo esté, frijoles no les faltarán, pero mi viejita y yo ya estamos más para allá que para acá”, llora. 

Las teorías

De acuerdo con algunos pueblerinos, Paco aprovechó la presencia de grupos del crimen organizado en la zona para hacerse pasar por ellos y pedir cuota a comerciantes. 

El día de su desaparición llegó a exigir dinero en su moto a un establecimiento, cuyo dueño habló por teléfono con alguien preguntando si era cierto que Paco trabajaba para él. 

En minutos, unos hombres a bordo de una camioneta llegaron y a las 5 de la tarde y frente a los vecinos lo golpearon, luego vieron cómo lo subieron, mal herido, a la caja de la troca  y como si fuera un puerco, le echaron encima su motocicleta.

Desde entonces  nada se sabe de Paco y la tristeza aumenta cada día en sus seres queridos. 

Este joven forma parte de las 32 mil 277 personas desaparecidas o sin localizar hasta septiembre del 2017 de acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas, elaborado por el Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Imagen Zacatecas – Lilith Rivera