Salías del templo un día, llorona/ Cuando al pasar yo te vi/ Salías del templo un día, llorona/ Cuando al pasar yo te vi… hermoso huipil llevabas -completaba con un tono melancólico mi abuelita-, apagaba el radio y se disponía a darnos de comer. Iremos a misa al panteón para pedir por nuestros fieles difuntos, … Leer más
Salías del templo un día, llorona/ Cuando al pasar yo te vi/ Salías del templo un día, llorona/ Cuando al pasar yo te vi… hermoso huipil llevabas -completaba con un tono melancólico mi abuelita-, apagaba el radio y se disponía a darnos de comer.
Iremos a misa al panteón para pedir por nuestros fieles difuntos, todos ellos ocupan siempre de nuestras oraciones –sentenciaba sin oír queja-.
Nos contaba que eso de los altares de muerto tenía poco que había llegado al pueblo, que lo que antes se usaba era ir a misa al panteón y después quedarse buena parte del día limpiando las tumbas de nuestros familiares, dejándolas adornadas con flores.
Que eso de andar disfrazados por las calles pidiendo dulces lo habían traído de Los Ángeles, son cosas de los gringos.
Mi abuela era una ferviente devota pero al mismo tiempo era un crítica de las uñas largas del cura, decía que no era posible que por el simple hecho de estar anotado el nombre de algún difunto en un papel tuviera más valor que la oración con fe de una familia.
Esas cosas las han ido inventado los curas, en la Biblia ni lo dice. Ella tenía la calidad moral para decirlo pues leía con el mismo fervor que le tenía a la fe; la Biblia, vidas de santos, libros de ejercicios espirituales, libros de historia y hasta una biografía de Juárez.
Antes la gente no dejaba de ir al trabajo y el cura solo daba dos misas una a las 7 de la mañana y otra a las 6 de la tarde, ahora son cinco al día, llenas de intenciones bien pagadas.
El pueblo cambia y con él las tradiciones, lo que siempre trató de nunca cambiar era el manojo de flores que llevaba al panteón, cortado con sus manos de las plantas de su propio jardín.
Ahora, le visito desde hace tres años, pero siempre le recuerdo, cuando voy a misa, cuando leo un poco, cuando recuerdo sus cariños sin medida y su amor excepcional hacia todas las personas de la cuadra.
Nunca se ha ido, siempre estará ahí, tomando el sol con su taza de té en la mano, con sus lentes leyendo toda la tarde. Como cuando se emocionó con la biografía de un santo italiano, leyó ese libro de corrido en un solo día, duró casi un mes contándonos las proezas de aquel hombre de fe.
El cempasúchil le parecía todo cargado de tristeza y de dolor, prefería colores más alegres, que le representaran mejores momentos. En fin la muerte en sus diferentes representaciones será parte del imaginario colectivo de los pueblos y del país.
Imagen Zacatecas – Ricardo González