¡Tarde de toros y toreros en Zacatecas!

Foto: Cortesía.
Foto: Cortesía.

Calita y Romero triunfaron con los toros de José Julián Llaguno.

El toro es la medida de todo. Por eso se llaman “corridas de toros”, y cuando el “señor de negro” sale con su ímpetu a cuestas y sus pitones íntegros, lo que se hace delante de él cobra una mayor relevancia, tal y como ocurrió hoy en la Monumental Zacatecas, donde la divisa de José Julián Llaguno obtuvo un destacado triunfo y también dos de los espadas del cartel: Ernesto Javier “Calita” y Antonio Romero, que se repartieron cinco orejas ganadas a ley.

Si Fermín Rivera no los pudo acompañar en su salida a hombros, fue porque pechó con el lote menos potable del encierro zacatecano, que sin haber enviado una corrida pareja en juego, sí que saltaron varios toros para triunfar, especialmente el sexto, el tal “Yerno”, número 14, negro, con 530 kilos, un ejemplar vuelto de pitones que mostraba las palas, con un trapío tan armonioso que en Sevilla hubiese causado admiración.
Y no lo desaprovechó Antonio Romero, no obstante que torea poco y no resulta sencillo plantarle cara a un toro de ese trapío, que además había que consentir y cuya mayor cualidad, además de la fijeza, fue la clase que tuvo. Porque volvía en los vuelos de la muleta humillado, y eso provoca una belleza especial en la embestida.
Desde el capote, Romero se sintió confiado no sólo por la clase del toro, sino por su mentalidad a no dejarse ganar las palmas por Calita, que ya tenía tres orejas en la espuerta, y así fue construyendo, palmo a palmo, una faena maciza y torera, a la que el público de su tierra fue entrando hasta desembocar en el éxtasis, ya cuando “Yerno” se había vaciado de acudir con el morro por la arena, en trazos largos y tersos que ahí quedaron.
Unas manoletinas finales mirando al tendido, demostración de que el torero también se había abandonado, fueron el emocionante remate a un trasteo tan inteligente como templado, en le que Antonio encontró el ritmo adecuado para cuajar al gran toro criado por José Miguel Llaguno, que al final de la lidia, en la vuelta al ruedo estaba emocionado al borde de las lágrimas, sobre todo ahora que María -su única hija- se casará con ese yerno que, al cabo de tiempo, se convertirá en “ganadero consorte”, y ojalá que con este magnífico augurio, el de la buena suerte de llegar a una familia entrañable, que ama la crianza del toro de manera apasionada.
Romero ya había apuntado buenos momentos con el tercero, el más bajo y reunido de los toros de José Julián Llaguno, que fuer perfectamente enlotado con el agradecido y noble “Yerno”, así que al final la confianza en sí mismo y la buena suerte, le puso en las manos la esperanza de seguir abriendo puertas, que bien se lo merece.
Huelga decir que Calita está en su momento: centrado, sereno, fácil de colocación y de mente despejada, el torero mexiquense enseñó sus mejores armas con una primera faena muy entonada, ante un toro noble que acudía con la cara alta. Y a pesar de que no humillaba, Calita le tapó la cara con precisión y sintió el toreo que le llegó al público con facilidad para cortar la primera oreja de la tarde.
El quinto tuvo un principio halagüeño, pues embistió con soltura, un hecho que favoreció una lidia alegre y vistosa, en una faena de menor acabado que la primera, pero con una expresión que caló en el tendido ya que le puso chispa a todo cuanto hizo, y eso también tiene un valor en el toreo.
Aunque hacia el final del trasteo, cuando apretó al toro y le exigió, mientras que éste embestía sin ritmo, Calita alegró el cotarro con molinetes y otros adornos, haciendo las cosas con ligazón, y hasta escuchó gritos de “¡Torero-torero!” que ratificaron la empatía que había creado con el público.
Al igual que al primero de su lote, que tumbó de una estocada fulminante, a éste, que tuvo una agonía más larga, también lo despachó con prontitud y como la gente estaba calientita, le concedieron dos merecidas orejas para redondear un triunfo de Puerta Grande en segunda comparecencia en esta Monumental.
Fermín Rivera estuvo muy centrado y dispuesto toda la tarde, y estuvo a punto de cortar una valiosa oreja. En ambas lidias mostró su clasicismo y entendimiento de las faenas que debía plantar. La primera fue tersa y templada con un toro muy flojo que no aportó emoción al tendido, mientras que la segunda tuvo una miga más artística que técnica y por momentos conectó con la gente, sobre todo cuando toreó a la distancia precisa y con la medida justa, fiel a una tauromaquia de plaza grande.
Al final se marchó un tanto contrariado de ver cómo salían a hombros sus compañeros de cartel, pero seguramente con la conciencia tranquila de seguir en el camino del que nunca se ha apartado, consciente de que la cuesta es elevada pero no hay que desfallecer nunca. Porque lo suyo, lo de ser torero, le viene de herencia, la de una dinastía muy importante en el toreo.
Con esta corrida se renueva nuestra afición a los toros, un espectáculo de carácter humanista en el que brillan esos valores que hacen de la tauromaquia un difícil arte, capaz de sacudir los corazones. Y a ver si mañana, durante le mano a mano entre Arturo Macías y Sergio Flores, con un encierro de Guadiana, la Feria de Zacatecas termina con broche de oro y mantiene ese magnífico sabor de boca que hoy dejaron toros y toreros sobre la arena.



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