Lúcidos y comprometidos

El primer fin de semana de febrero sirvió de pretexto para el primer puente del año. Probablemente el motivo pasó desapercibido. ¿Quién se acordó del 103 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos? Hoy –no cabe duda- vivimos otras emergencias y tenemos otras aspiraciones. La memoria de nuestras raíces … Leer más

El primer fin de semana de febrero sirvió de pretexto para el primer puente del año. Probablemente el motivo pasó desapercibido. ¿Quién se acordó del 103 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos? Hoy –no cabe duda- vivimos otras emergencias y tenemos otras aspiraciones. La memoria de nuestras raíces se ha ido volatizando. En términos evangélicos pareciera que aquella luz se apagó y la sal perdió el sabor. ¿Será eso?

La Constitución Política de un país es su carta de presentación. Muestra el horizonte de nación que se anhela y los valores fundamentales en los que se cree y por los que se lucha. Recoge los sueños de los habitantes/actores del momento, los pensamientos labrados en las luchas sociales, el sudor y las lágrimas de las batallas de muchos de nuestros antepasados. También pone en letra normativa la visión e intereses ideológicos de los “ganadores”.

“Ustedes son la sal de la tierra…ustedes son la luz del mundo…”, escuchamos en el Evangelio de hoy. Aunque es imposible saber con exactitud la influencia directa del Evangelio de Jesucristo en nuestra Constitución a través de los actores de aquel tiempo, nos es permitido suponer que algún halo de luz y algunos granos de sal iluminaron y sazonaron la inspiración, las discusiones y los acuerdos que aparecen en el texto final.

Se pueden mirar en los valores fundantes e inspiradores que, aunque son universales, reflejan los ideales de libertad y justicia del Evangelio transmitido y testimoniado por los cristianos (algunos mártires) de principios del siglo pasado.

Hoy es la hora de nosotros, hacedores (constituyentes) de textos, contextos y pretextos. La luz hace visible lo que hay en la ciudad. La sal se visibiliza por la sazón que proporciona. El discípulo de Jesús, modelo 2020, es enviado para hacer visibles los valores del Reino. Se deja ver por lo que hace, se deja sentir por el sabor que pone en su compromiso social. Como la sal, el discípulo sazona la vida con los valores trascendentes del Evangelio.

Como la luz, alumbra y brilla en la noche de tantas confusiones, indiferencias e intereses. Como ciudad se deja ver como artesano de relaciones humanas sanas, justas y pacíficas en las batallas que se libran para que no pierda su rostro humano.

Nuestro mundo necesita de cristianos luminosos y sazonadores que influyan en el tejido social irradiando los valores del Reino de Dios. En este mundo convulsionado, de apagones y sinsabores, hemos de ser fuego que vuelva a encender la esperanza de un tejido social digno del ser humano. El antitestimonio más visible de un cristiano es la indiferencia, la desesperanza crónica, la perezosa apatía. Su tarea es irradiar, con audacia y alegría, los valores del Reino contenidos en las bienaventuranzas, la carta de identidad del cristiano.

¡No a cristianos apagados! ¡No a cristianos insípidos! ¡No a cristianos acomplejados, escondidos debajo de la mesa! ¡Sí a cristianos lúcidos! ¡Sí a cristianos fermento de Evangelio, audaces, luchones, comprometidos, creativos!

Con mi saludo y bendición para que así sea.




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