Desinterés por la ortografía

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a la Hna. Imelda Josefina Pérez Pérez QEPD, en gratitud por sus enseñanzas   Fue un poco extraño cuando en el desarrollo de las clases, advirtió en sus condiscípulos pocas participaciones y algunas desacertadas (a juicio personal), cuando sus maestros hacían preguntas, requerían opinión o intervención de sus alumnos. ¿Cuál podía ser el motivo? … Leer más

Dedicado a la Hna. Imelda Josefina Pérez Pérez

QEPD, en gratitud por sus enseñanzas

 

Fue un poco extraño cuando en el desarrollo de las clases, advirtió en sus condiscípulos pocas participaciones y algunas desacertadas (a juicio personal), cuando sus maestros hacían preguntas, requerían opinión o intervención de sus alumnos.

¿Cuál podía ser el motivo? Probablemente esa sensación que se tiene cuando una persona recién se incorpora a una comunidad educativa, donde se desconoce el contexto, la dinámica y forma de trabajar de los docentes.

La extrañeza se debió a que tenía la expectativa de encontrarse en un plantel donde fuera evidente un buen nivel académico, porque cuando había estado formado en la fila de las inscripciones, pudo enterarse de los promedios de calificaciones, los cuales estaban muy cercanos a la excelencia, pero la relación era distinta.

Sin quererlo vinieron a su recuerdo aquellas cátedras de sus profesores de primaria y secundaria quienes, entre otras cosas, habían fomentado al redactar, el cuidado de la ortografía, además el cumplimiento irrestricto con las tareas.

Sistemáticamente organizaban actividades adicionales como los concursos académicos, desfiles cívicos con actividades deportivas y carros alegóricos, el teatro, la música, dibujo y pintura, que fue fortaleciendo los aprendizajes escolares

Antaño, la maestra Imelda empezaba su jornada con lectura en silencio, luego lectura en voz alta y después de manera individual, por turnos. Cada pupilo debía subrayar las palabras desconocidas  encontradas en el texto y consultarlas en un diccionario.

Antes del recreo hacía un dictado de diez o quince vocablos tomados del libro; cada alumno hacía su lista y a la señal de la mentora, intercambiaban sus cuadernos con los compañeros de equipo, para calificarlas una a una.

En caso de haber errores en la ortografía, se hacía un ejercicio de repetición escribiendo cinco veces cada una, conforme a las correcciones a que hubo lugar. Los estudiantes con cero o reducido número de incidencias verificaban la actividad de sus condiscípulos y, conforme a una escala numérica, obtenían el promedio de acierto por equipo. Esta competencia agradaba a la mayoría, quienes gradualmente fueron poniendo mayor atención en la manera correcta de escribir las palabras. Luego de lo cual se les facilitó el dominio de las reglas ortográficas.

Éste estudiante tuvo la feliz fortuna de pertenecer al equipo donde estaba César Arias, quien era el ejemplo a seguir porque disponía de un gran acervo de oraciones y difícilmente cometía errores, elevando el rendimiento del conjunto.

Actualmente considera que dejó de prestarse atención a este rubro, cuando alguna recomendación pedagógica que se hizo al profesorado, de privilegiar la emisión de las ideas eludiendo la forma de escribirse, cuando debió prestarse importancia a los dos aspectos trascendentales en la expresión escrita.

Para muestra un botón, la insuficiencia es analizar la forma de comunicación actual de muchas personas que utilizan modismos en la escritura de mensajes de texto.

Quien esto escribe plantea la necesidad de retomar aquellos valores que pueden consolidar la formalidad en el uso de la lengua.

 




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