El ver-mirar de los sencillos

Meditamos la Presentación del Señor en el cuarto misterio gozoso del Rosario. Nuestra imaginación se dirige inmediatamente a María, a José y al Niño, todavía envuelto en pañales, quizá ya desgastados por tantas lavadas (así lo cantan los villancicos). El cuadro nos vuelve a llenar de la ternura que irradia el misterio de Navidad. Hace … Leer más

Meditamos la Presentación del Señor en el cuarto misterio gozoso del Rosario. Nuestra imaginación se dirige inmediatamente a María, a José y al Niño, todavía envuelto en pañales, quizá ya desgastados por tantas lavadas (así lo cantan los villancicos). El cuadro nos vuelve a llenar de la ternura que irradia el misterio de Navidad. Hace cuarenta días celebramos el nacimiento de Jesús en la liturgia en casa y ¿en el corazón?

La fiesta de la Presentación del Señor es de antigua tradición (siglo IV) en el pueblo cristiano que le ha dado otro nombre: fiesta de la Candelaria. Está relacionada con la Navidad. Hacia el siglo VII la celebración pasa a Roma y se asocia a una procesión que se hacía con candelas. En el siglo X la fiesta toma el nombre de Purificación de la Bienaventurada Virgen María.

En nuestros días, esta fiesta mueve multitudes en varias comunidades y es motivo de intercambios y pago de deudas contraídas en los festejos de los Reyes Magos.

“Mis ojos han visto al Salvador”, exclama lleno de gozo el anciano Simeón al recibir en el templo al Niño Jesús y a sus padres. ¿Qué vio el anciano Simeón que no vieron otros? ¿A quién vieron esos cansados ojos? Otra anciana, Ana, hija de Fanuel, se acerca a lo que acontece, da gracias a Dios y habla del Niño “a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”. ¿Qué vio Ana que no vieron otros? ¿Por qué ese gozo que se desborda en esperanza de liberación? Después del rito -profundamente vivido- los ancianos vuelven a lo suyo, transformados, con la seguridad del cumplimiento de la promesa de Dios a su pueblo. María, José y el Niño regresan a casa, a seguir preparando la ‘hora’. Lo que vieron esos ojos da paso a una mirada más profunda: es el Señor, la Luz, el Enviado del Padre, el Salvador.

Contemplemos a quien es la Luz de las naciones. Aprendamos de las personas que están cerca de la infancia de Jesús. Sigamos escena por escena. Desde el pesebre en Belén, hasta el templo en Jerusalén. Desde los brazos de María y José hasta los brazos de Simeón y Ana. Desde el nacimiento, hasta la presentación. Con los ángeles, pastores, magos y, ahora, con los ancianos (Antigua Alianza) que abren la puerta al “tanto amó Dios… que nos dio a su Hijo”.

Que nuestra Señora de la Candelaria nos ayude a prender la vela de la fe en Jesucristo y a mantenerla encendida en la salud y la enfermedad, en la juventud y la vejez, en el regocijo de la fiesta y la esperanza del sepelio. “Ya puedes dejar a tu siervo irse en paz” porque mis ojos han visto lo que anhelaban ver, lo que buscaron en la trama de la vida, lo que vislumbraron desde la fe: al Salvador. Sólo la fe de los sencillos puede mirar más allá del pesebre, del templo y de los tiempos.

Un abrazo bendecido con mil candelas encendidas.




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