
La palabra griega “crisis” tiene muchas traducciones al español. Es discernimiento, decisión, juicio, separación, distinción, sentencia, disputa, resolución, entre otros sustantivos más.
Como para aumentar nuestra desgracia, en este país nos han enseñado a temer a la palabra “crisis”. Nuestra historia reciente nos ha acostumbrado a relacionar el vocablo con el ámbito económico… y ahí te vamos con la devaluación del sufrido peso mexicano y los constantes recortes de personal y la fuga de capitales y la huida de inversiones (del otro lado de esas crisis están los gañanes de siempre, beneficiándose sólo ellos y sus familiares).
Si consideramos que el temor es el novio perfecto de la ignorancia, ya valimos cacahuate a la hora de escuchar la palabra “crisis”. En efecto, si tuviéramos la costumbre de analizar las palabras y su origen, mejor gallo y destino nos cantarían.
La palabra griega “crisis” tiene muchas traducciones al español. Es discernimiento, decisión, juicio, separación, distinción, sentencia, disputa, resolución, preferencia, acusación, explicación y resolución, entre otros sustantivos más. Buena o mala, estamos hablando de una situación siempre muy apremiante.
“Crisis” se refiere ante todo a un momento decisivo. Esto es: un momento en que se hace preciso analizar lo que sucede, por qué sucede y cómo hacer que deje de suceder de ese modo, si es que así se quiere.
Para dejarlo más claro, algunos etimologistas insisten en que la crisis es el momento en que la rutina ha dejado de servirnos como guía y necesitamos optar por un camino y renunciar a otro.
“Crisis” puede ser definido también como todo lo contrario a aceptar un destino aparentemente inevitable. Cuando en la noche más reveladora, Hamlet príncipe de Dinamarca se plantea “ser o no ser” enuncia lo que conlleva una crisis. Debe elegir “entre sufrir de la fortuna impía el porfiado rigor o rebelarse contra un mar de desdichas y, afrontándolo, desaparecer con ellas”.
“Crisis” son las que afrontamos en la adolescencia, cuando nos expulsan de un trabajo, cuando se presenta una emergencia médica pero no hay dinero, cuando la vida de un familiar corre peligro, cuando se derrumban nuestros planes y hay que actuar de inmediato, antes de que el panorama empeore. La crisis, dicen los que saben más que uno, es el momento en que la valentía y la inteligencia se toman de la mano y hacen nacer a una buena decisión.
La crisis es el momento del crecimiento. Juan Rulfo decía, palabras más, palabras menos: “Al hombre le suceden dos o tres veces en la vida, no más, oportunidades que lo van a marcar para siempre. Si ese hombre no las aprovecha es un pendejo, porque dejó ir esas oportunidades y ya nunca van a regresar. De eso es de lo que tiene que hablar la literatura”.
Las crisis no se piden, pero si ya están en tu panorama debes afrontarlas como el que más. Seré sincero con mis lectores: yo no pedí la crisis que ahora me tiene ocupado, más que preocupado. Siempre llegarán a nuestras vidas personas muy estúpidas y cerradas a cuya estupidez y cerrazón debemos agradecer que se nos obligue a sacar fuerza de la flaqueza.
La crisis llega a preguntar quién soy y cómo me reinventaré, y cuánto amor tengo para seguir dando y cuánto odio puede tocar a mi cuerpo sin que lo atraviese.
“Bendito pecado que nos dio tal salvador” dice la liturgia católica en la noche del Sábado Santo. “Bendita crisis que obligó a que vuelva a salvarme” debo rezar de nuevo, con mejor ahínco, con mejor semblante para seguir dando lo que puedo mientras llega la hora de terminar de consumirme, la benéfica e inevitable hora de mi muerte.