Son cuatro
Todo indica que los dos primeros motivos para obedecer la ley -el amor y el deber- son reemplazados por otros dos: el interés propio y el miedo.
En las notas de prensa y de medios electrónicos, especialmente en las redes sociales, nos hemos convertido en testigos del desprecio cotidiano por la ley, en particular por el aumento de la violencia física que parece afianzarse y volverse lentamente una parte de la vida en México. Contrariamente a lo que la autodenominada “izquierda progresista y liberal” viene afirmando desde hace años, no se trata de una “percepción”, de una impresión mal fundamentada de la que la “derecha conservadora” se aprovecharía por razones básicamente electorales, sino de una realidad muy real que vuelve a confirmarse mes a mes con las estadísticas del Secretariado Nacional de Seguridad y del INEGI, a las que todo el mundo puede referirse y retorcer. En lugar de centrarse en las causas de esta preocupante situación, que son muchas, sería útil cuestionar los motivos que pueden llevar a un ser humano a preferir obedecer la ley antes que transgredirla.
Por desencanto con el mundo, a veces olvidamos que es precisamente esta cuestión la que Cristo aborda al comienzo de las Bienaventuranzas, un pasaje de los Evangelios al que se ha hecho referencia desde San Agustín como el “Sermón de la Montaña”. Mientras viaja por Galilea para arengar a una multitud, Jesús se instala en un risco para que su mensaje sea escuchado por todos: “Nadie piense que he venido a abolir la ley o a los profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir a plenitud. Porque de veras les digo que hasta que el cielo y la tierra se hayan ido, ni un ápice, ni un punto en la i, desaparecerá de la ley hasta que todo se haya cumplido.” En griego, la palabra “plenitud” (pléroma) es más explícita que en español: se refiere al acto de colmar cuando uno llena un recipiente vacío. Se trata, por tanto, de “llenar” una ley que sigue siendo formal, abstracta, y la tesis que Cristo opondrá a los escribas es que es el amor el que debe llevarnos a “cumplir” la ley, no un deber mecánico y formal que con demasiada frecuencia sólo sirve para presentarse en público.
De ahí el resto del Sermón, donde Jesús utiliza toda una serie de ejemplos tomados de la ley judía, esencialmente de la Ley Mosaica: no jurar en vano, no cometer adulterio, no matar, etc. Y cada vez opone el espíritu a la letra, el corazón a la aplicación mecánica de la regla, porque la ley, que es buena, cuyo contenido no es dudoso, y de la que Jesús dice que no cambiará ni un ápice, tiene poco valor si es seguida sólo por una simple observancia racional y desapasionada, sólo en nombre del deber, de un mandamiento que entonces se opondría al amor.
De ahí la admonición de Cristo dirigida a los fundamentalistas religiosos: “Cuídense de practicar su justicia delante de los hombres, para que ellos se den cuenta… Así que, cuando des limosna, no vayas a pregonarla delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para ser glorificados por los hombres (…). En cuanto a ti, cuando des limosna, que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda, para que tu limosna sea secreta, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.” Pero, como diría Hegel -ese que provoca a los ciudadanos a levantarse en contra de sus señores- en El espíritu del cristianismo y su destino, un pequeño y brillante texto, la moral kantiana, que se supone inspiró nuestra idea republicana, tendrá que deconstruirse y volver en muchos aspectos al judaísmo, es decir, a la idea de que, después de todo, es por deber, es decir, por respeto a los demás y al interés general, que un ser con uso de razón debe obedecer la ley, por supuesto siempre y cuando sea en sí mismo justa. Porque, en una vida política y en una sociedad donde la consideración y el amor por el prójimo brillan por su ausencia, debemos admitir que Kant no se equivoca.
El hecho es que hoy todo indica que estos dos primeros motivos para obedecer la ley -el amor y el deber- son reemplazados por otros dos: el interés propio y el miedo. Me temo que las dos primeras razones están en caída libre en una parte importante de la sociedad actual, por lo que, desgraciadamente, son las dos últimas con las que debemos contar. Sin querer pasar de las razones filosóficas a las políticas, me parece que el obsceno fracaso de nuestros gobiernos de izquierda y derecha (cualquier cosa que esos términos signifiquen en México) en materia de seguridad y justicia están directamente relacionados con esta conciencia y nos han llevado a la impúdica minuta que contiene la propuesta de modificación constitucional en materia de la estructura del Sistema Judicial y a la hedionda “discusión” que hemos tenido que atestiguar: habrá que contar algún día las consecuencias de ambas cosas. Porque, como bien se suele decir, “ya no queda nada por hacer…”.