De cabeza y cuello

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Los cánceres otorrinolaringológicos, y más en general los cánceres de cabeza y cuello no son bien conocidos,

Según las cifras del INEGI, cerca de 20 mil casos nuevos de cáncer de cabeza y cuello se diagnostican cada año en México. A pesar de ser la quinta causa de cáncer entre la población mexicana, las patologías tumorales en el ámbito de la otorrinolaringología siguen siendo ignoradas en gran medida por el público en general, así como por muchos profesionales. Sin embargo, deben considerarse una prioridad política en términos de detección y prevención.

A medida que tibiamente se implementan las campañas nacionales de vacunación contra el virus del papiloma humano (VPH) para los jóvenes del inicio de la segunda década de la vida, aún se desconoce su papel en la prevención de los cánceres otorrinolaringológicos (más allá de los cánceres de los órganos genitales) entre las generaciones más jóvenes. Los cánceres otorrinolaringológicos, y más en general los cánceres de cabeza y cuello no son bien conocidos, hasta el punto de que el 70% de los pacientes son diagnosticados demasiado tarde para que se les provea una atención eficaz.

El primer factor que sirve para explicar este escenario es que los síntomas iniciales de los cánceres otorrinolaringológicos parecen inofensivos y poco dolorosos: aftas que persisten, dificultad para tragar, fosas nasales obstruidas, ronquera persistente, etc. Los profesionales de la salud siguen sin estar suficientemente informados sobre estos signos aparentemente benignos o los dejan pasar. Sobre todo, todavía no son muy conscientes de los factores de riesgo que están menos en el ideario de la generalidad que el tabaco, el alcohol o los virus, cuyo papel creciente está todavía aclarándose.

Entre los obstáculos para el diagnóstico precoz está nuestra demografía médica (México tiene menos de cuatro otorrinolaringólogos por cada cien mil habitantes), que genera la tardanza en la atención y la fluidez del resto del tinglado asistencial. Las desigualdades territoriales se suman a la complejidad diagnóstica. Entre los determinantes geográficos de los cánceres otorrinolaringológicos, además de la falta de médicos, la exposición ocupacional o ambiental en un territorio determinado afecta la prevención y el cribado de estos cánceres, al igual que las características sociales.

Un factor adicional de preocupación es que los cánceres otorrinolaringológicos afectan a pacientes cada vez más jóvenes (independientemente de su género o estilo de vida), y la deambulación diagnóstica conduce a tratamientos mutilantes como la extirpación de la nariz, la lengua o la mandíbula.

La vacuna contra el VPH, muy probablemente tendrá un efecto beneficioso, pero se necesitarán varias décadas para ver sus efectos en la incidencia de los cánceres otorrinolaringológicos. Por todas estas razones, es esencial una verdadera política nacional para sensibilizar al mayor número posible de personas, y especialmente a los profesionales de la salud. En este sentido, la incorporación del estudio de los pacientes con cáncer otorrinolaringológico a las facultades de medicina tendría un fuerte impacto en el aprendizaje de los médicos, como lo demuestran varias tesis cuando se han abordado problemas análogos.

Hay señales positivas. La vacunación contra el VPH es una de ellas. Pero la creación de un registro nacional de cáncer, bajo el impulso de una política pública nacional similar a la que se ha usado para atacar el cáncer de mama o del cuello uterino sería otra; por supuesto que programas similares serían necesarios a propósito de otros tipos de cáncer, como el del colon, próstata y pulmón. Deberían permitir la identificación de los factores de riesgo y los determinantes geográficos y sociales, mejorando así todos los aspectos del control del cáncer en términos de prevención, cribado, diagnóstico y atención al paciente.

La identificación exhaustiva de los casos de cáncer formaría parte de una ambición nacional de vigilancia consolidada, en términos de incidencia y mortalidad, de los cánceres, algunos de los cuales, aunque raros y atípicos, afectan a los jóvenes.

Por último, es necesaria una política de sensibilización de la población sobre estos factores de riesgo y los primeros signos clínicos. Por lo tanto, de manera más general, necesitamos una ambición de democracia en salud que implique a los usuarios (pacientes, cuidadores) en la definición de las prioridades políticas en este ámbito, la formación de los profesionales, el apoyo entre iguales y la adopción de decisiones paciente a paciente (sobre el tratamiento, en particular).




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